Alejandro Tapia

Cuerauáperi.

Cuerauáperi.   

 

 

La herida  quema por esto se nos impregnó de tizne el aura.

Imploro a mi madre que es santa pero dista de ser virgen.

En ella todo es vivo y todo permanece: botones, leche y miel, perfumes y colores.

A mi madre en las noches que tanto temes se le reza y en la melodía del viento la vemos corriendo desnuda y diáfana. A mi madre, sólo las estrellas le adornan sus tallas y figuras.

Y aunque es mi madre, la deseo y me desea  como se desea  a la mujer purépecha, pero sólo el sol la besa.

Tu madre no es mi madre, no es intocable, es himen de plata y jade de sol y luna que hemos desgastado a mordidas cuya sangre aguamarina alimenta los más hermosos océanos. 

Femenino que brama en celo y que salva al mundo pariendo los frutos de su amor hasta en el más sucio o pavimentado rincón.

Y aunque ahora tengo en mis genes tus frustraciones, tus errores tus ideas y miedos no hay reclamo alguno porque gracias a ti tengo mi nombre, mi idioma y la otra mitad de lo que soy.

Sin embargo en la laguna negra de mi ser a veces debo confesar,  se refleja un rayo, rayo de recelo momentáneo. Ardor que nace frio que culmina con un nudo que se deshace, un llanto agazapado que viene de mis primeros padres porque no pudieron salvarse ni sus dioses.

Pero tan culpable tú como yo de olvidar su rostro de olvidar su perfume y su nombre. Más no olvido si vientre pues de él todavía me alimento, en sus tiernos y dulces follajes aun mamo el néctar de la vida a diario y es su exhalación mi oxígeno.

Sueño su silueta y por eso sé que aun la amo.

Mi madre que es a la vez la tierra y la luna, es el cuerpo y no el reino que habito, ella es mi tierra que es morena por la sangre de todos que a ella regresamos.