A mi muerte no la llores,
recuerda el amanecer 
que tu añores. 
Si valles y brisa quieres,
recuérdame como a los campos sin nombre.
Mi muerte tendrá luna
y flores interminables. 
Seré una sombra desnuda
entre el palacio de la sangre.
Tu risa y mi muerte juntas
en mi tránsito se abren.
Tu boca de fuego para el hielo de mi bruma.
Al vientre de la primavera
mi muerte quedará amarrada, 
lirio o arteria de rosa sea,
entre la inmortalidad callada
y serena.
A mi muerte quiérela como a mi vida,
sin muerte no hay vida que nos sueñe.
Sin el corcel de la luz no hay presencia
en la umbriedad creciente. 
Todo tiene la justa transparencia
de una mañana agreste.
A mi muerte no la llores,
su montón de estrellas soñadoras,
tendrá preparado el horizonte de la noche. 
Y entre el abismo, como ola,
viviré de nuevo sobre
mi muerte rota.