Margarita García Alonso

La aguja en el pajar

 

Para mi abuela Luisa    

De lo alto de los edificios de París

cae la ceniza

que sacude la mujer

que vive en la buhardilla

y se ocupa de bibliotecas,

limpia antologías,

deposita libros

uno a uno

en el sentido del abecedario.

 

Su mano compone habitaciones,

los zapatos —el rojo

con el talón delicado a un lado—

 

Tose la negrura,

las infinitas capas de hollín

denuncian tráficos en el mercado

cuando fuma

a escondidas cigarrillos negros.

 

En las calles adoquinadas

el interminable polvo cae,

cae en la cuesta,

cae en toda la barriada,

en las casas que no le pertenecen,

las casas sucias

donde purifica el oro,

el vidrio de bacará,

la botella que no puede abrir,

no puede romper,

no puede sacudir

para no alterar el vino de 1764  

—nunca sabrá si es amargo

o la uva desafió la inmortalidad.

 

Su pelo se agrisa

sus ojos lagrimean

en el pañuelo bordado

por la abuela en América

mientras cae,

cae ceniza

de lo alto de Montmartre,

cae y se acumula

en montículos

junto a las castañas que hieren

y otra vez amanece,

sacude, sacude,

respira.