alupego (Ángel L. Pérez)

OJOS DE LIBÉLULA

 

La mirada limpia,
de unos nobles ojos.
Dos luceros nítidos,
de ausente malicia.
Dos fieles vigías,
que no quitan ojo,
al ser al que admiran.
Presente su gozo.

Ni un solo resquicio,
de odio en sus ojos.
Ni una leve nota,
que denote enojo.
Ni un simple destello,
de rencor ni mofa.
Sinceros y libres.
Sonrientes o tristes,
pero siempre alertas.

Sin vida se quedan,
las almas inquietas.
Las que todo observan.
Las que van latiendo,
al tiempo que piensan.
Y se quedan solas,
perdidas e inquietas.
Cuando van perdiendo,
su alma gemela.

Las nubes de plata,
sin rumbo navegan.
Tapando las luces,
que de arriba llegan.
Entre los resquicios,
de cielo que dejan.
Luce el Sol potente,
que así se aprovecha.

La mirada es firme.
Recia y verdadera.
Sin falsos matices,
que puedan venderla.
Jugosa primicia,
de la luz auténtica.
Que derrama notas,
de rica belleza.

Una encrucijada,
nació cual cometa.
Que surcando el aire,
derrapó en la tierra.
Y al caer el viento,
cambió su silueta.
Y tornó a otro estado,
su febril conciencia.
En la encrucijada.
Que cambió la idea.

Libro de borrones,
en páginas negras.
Cuando el negro nace,
y la luz se acuesta.
y la oscura brisa,
que anida en la niebla.
Saltó de sus brazos,
para ser libélula.

Esos bellos ojos,
de mirada inquieta,
Cálidos y tiernos,
como sendas velas.
Los que no traicionan,
aunque el viento arrecia.
Porque nacen fuertes.
De pura nobleza.
A.L.
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