J.R.Infante

Dos límites y un logaritmo

Una tarde cualquiera

de un día cualquiera

—poco importa ahora eso—

me armé de valor y me dije:

A buscar esa fuente

que agua tan clara emana.

Sin nervios, sin motivos tampoco,

me presenté en el lugar adecuado

y a la hora justa.

Dos límites y un logaritmo

danzaban por la pizarra

de arriba abajo.

Sinfonía inacabada penetró

por mis oídos montada

en carro de algodón. Avanzó

y avanzó…

No podía creer lo que

en esos momentos estaba viviendo.

Era como pasar del cero

al infinito.

De la Nada al Todo.

Ahora

los límites y el logaritmo

invadían la cristalera.

Manos unidas, dientes relucientes

y ojos cristalinos de invierno

constituían el

“do-re-mi”.

Al volver mis zapatos débiles

pisaban fuerte

sobre el albero mezclado

con asfalto

de la trémula calle ajardinada.

Mozalbete espigado, trapo al ristre,

daba al traste

con los límites y el logaritmo.