Mariesther Munoz

Un amanecer

Un amanecer

 

A veces se comienza con una esperanza

y a veces con un sueño,

a veces con ambos

o con un simple amanecer.


Un encuentro inesperado,

en un día normal,

dispuesta a continuar,

culminando la noche

con un simple brillo

que esparce curiosidad

con el nuevo lumbral.



Un nuevo amanecer

que brilla con fulgor

se aparece en mi camino

haciéndome ver

que la vida gira con centella

y su propia cautela.


Un círculo de encuentros 

y una recta trayectoria

que se complementan

con el radiante mañana.


Una estrella se ocultó,

mientras resultó salir el Sol

cuando la naufragante noche terminaba.


La luz se alzó,

creció e iluminó un cielo,

cubriéndolo con sus mejores ropajes

de luminosidad.


Una mañana inesperada

sería la que diera comienzo

al cambio de la vida.

Vida de la cual sería de retos,

sueños y esperanzas.

 

Vida de la que confiaría

y sería cubierta

de ensueños y verdades.

 

Fácil no sería,

pero sí como desearía,

emprendería y aprendería.

 

Vida aquella que se toca

y se persiste,

se cuida y se respeta.


Se llega al lumbral

y el amanecer

ya es un medio día,

firme con su Sol en el tope.

 

Fijo se muestra en la hora

que presenta el balance

entre mañana y tarde.

 

Alumbrando cada rincón

y mostrando los más simples

y especiales detalles

que distinguen cada día.



Ves que llega la tarde

y firme quedó el Sol,

mas baja poco a poco,

no por su falta de luz,

sino por el ver que de un día

se llega a la noche.

 

Pero no todas son iguales.

Noche de negro,

noche de azul,

noche de estrellas

que cubren con luz.

 

A pesar de todo,

luego de la noche llegará

un nuevo amanecer,

pero esta vez,

la luz se ocultó

y el cielo sin lumbrera quedó.

 

Solo la luz de Dios cubrió el cielo

con coloridos destellos de aquel Sol

que desapareció.

 

Una nueva lumbrera surgió

entre el cielo sin Luna,

estrellas, ni Sol.

 

El cielo que vio.

Una nueva lumbrera surgió.



La nueva lumbrera quedó

entre las noches y los días

que luego el Sol,

la Luna y las estrellas

vieron sin poder opacar.

 

Solo del primero se vio

lo que luego se formó.

 

De un amanecer,

al atardecer.

 

De la noche al día

con la luz que solo Dios

y la más grande lumbrera

que de la tarde surgió

fueron los videntes

de la bendición que se dio. 

 

Por: Mariesther I. Muñoz Phi