Margarita García Alonso

Los cedros

 

A mi abuelita Luisa Valero Valero, quien hoy, 19 de agosto, hubiese cumplido años.

I

Pilares de sombra en medio de la nada

quebrados en la noche, de un gris empercudido

por el cuero quemado, el hueso machacado

sin el resplandor de sus ojos de aldaba.

 

En las mañanas habitaba la leche,

su mano tejía mejor que Ariadna

los hilos con que zurzo temores

muchos temores mi amor.

 

Mi letra ha perdido sentido,

los abuelos han muerto

en la roída ciudad, en la isla lenta

sostenían el techo.

 

II

 

Pilares de sombras en medio de la nada,

abiertos a la noche plomiza.

 

Sombra de cedros de un gris opaco

huelen a cuero quemado

rechistan cual hueso roído por el fuego

que apalea el hombre amarillo

del servicio funerario.

 

La que fue ojos azulísimos

en rostro surcado de arar aceras

en busca de pan, desenredaba

la turbia incertidumbre en mi cabeza

incertidumbre al despertar,

desespero, maldita furia

contra el trapo que cae de mi hombro

a los zapatos, maltrecho

como si hubiese sido confeccionado

por costurera en pena de sexo.

 

Abuela batallaba el tizne, la gotera,

la marejada de este excesivo

tiempo sin tocarnos.

 

Este infinito tiempo de despedida,

me deja con abuelos muertos

sin manto de estrellas,

sin festín sin tabla,

sin navidad, sin uvas

 

uña que descarna

la sombra de fantasmas,

pilares de sombras,

cedros en el Mar de Nada,

hilos extendidos, hilos de nubes,

hilos de baba, hilos de meada

que se deshace y me obliga

a regresar a casa sin ventanas,

sin puertas ni mecedoras

bajo el triste bombillo de 40 watts.

 

Ha terminado la última batalla,

bajo bandera han partido

los peladores de naranjas.

 

Con el pie tieso

transpiro rústicos lamentos,

no queda absolutamente nada

donde anidaban.