Eva

Viajo a Australia… lo más lejos posible.

Estoy cansada. Agotada. Cierro los ojos e intento verme por dentro. Me volteo a mi extenso interior. Hacia lo más oculto, y así permanezco.

 


Y Cierro los ojos y salgo de viaje, lejos, viajo a Australia… lo más lejos posible.

 

Y es que cierro los ojos y allí me veo, habitada por El Gran Desierto de Victoria. Inhóspita. Sola. En un sinfín kilométrico de estrepitoso abandono.

 


No me pongo límites a la hora de sufrir.

 


Me aferro a la soledad amándola, deseándola. Cierro los ojos y allí, en el centro del desértico silencio, la soledad también me ama.

 


Me conduce a su refugio tomando mi mano y me regala un abrazo frío, una promesa sin derechos, una boca dibujada, inanimada, una verdad inventada, una mirada de cartón que se pierde a lo largo de otro desierto, el de los Pináculos, que se alzan inertes, inmóviles. Viejos. Fieles observadores de la vida y de la muerte. Testigos de un desfile de vidas repletas de curiosidad, de ilusión, compañeras, amigas, amantes.

 

Algunas se amaron en oros dorados, otras se aman ocultándose tras esquinas y otras nuevas que llegarán y se amarán y se besarán fotografiándose en sus altares.

 


Vidas de un día, de meses, de cuarenta y dos noches, de setenta y cuatro primaveras.

 


Vidas aún vivas. Otras ya muy lejanas. Vidas muertas en los años, en los siglos, en días, horas, minutos, o muertas hace un segundo. Los Pináculos, en su inmensidad, lo saben y lloran.

 


Es un triste viaje, pero necesario para encontrarme. Es un viaje de regreso. De reencuentro con mi otra yo. La que ahora lo cree todo vacío. La que consiguió sacar tu sonrisa con una mirada. Tu sonrisa… ¿Dónde quedó tu sonrisa? ¿Y yo?.

 


Viajo. Cierro los ojos y no soy una de esas vidas muertas. No. Quizás esté muerta, pero aún con vida. Muerta en vida.


Cierro los ojos y viajo a Australia… lo más lejos posible.

Quiero soñar y no despertar si no sueño contigo, en el incierto de la verdad soñada, soñar contigo, soledad amada.