oscar perdomo marin

Asamblea del Juicio Final

Asamblea del Juicio Final

 

 Llámese Ahmed, Levy, pemón o yanomami.

Trátese de  Joe, Hans, Enrico o Ladislaw.

 Sea Chou o Mohandas, Igor o Jean Pierre.

 Hablo de hombres y también de mujeres

 como Tatiana, Celestine, Frida, Indira.

 Menciono a todas y todos

 de los más lejanos confines de la Tierra:

 favelas y palacios, cavernas y  alcantarillas.

 Llamo a las multitudes del Ganges; las sedientas

 legiones sin porvenir

 ni pasado ni presente ni futuro.

Convoco a la muchedumbre devorada lentamente

 por el sida y las arenas sedientas del desierto.

 Clamo por la llegada de los degradados hijos

 del bocio endémico, indios macilentos de la hoja de coca.

 Exijo la presencia de los minifundistas:

generaciones perdidas de parceleros de la papa y maíz

 en las agotadas colinas de la sierra ecuatoriana.

 Ordeno que vengan los niños huérfanos

 de Afganistán, los abuelos sin nietos

 de Afganistán, las madres sin hijos

 de Afganistán, los mutilados de Angola.

 Quiero que todos los pobres arriben aquí

 para comenzar la asamblea, también

 los que tienen casa y hacienda.

 Cada cual por su nación usará de la palabra.

Después de esta reunión

otro mundo debe nacer.

 Dirán: “¿Cómo lograr esa utopía?”

 Habrá una respuesta y una resolución:

 pan para todos

y sea el pan escuela, trabajo, alegría, inclusión, vida.

Esa es la paz que queremos ¡Que cesen las armas!

que nadie nos hable de otra vida mejor

después de muertos.

Caerán las murallas de los imperios.

Nuestro paraíso está en la tierra y nos pertenece.

“¿Cómo lograrlo?”- Dirán otra vez.

Uniendo las diversidades.

“Eso no es fácil” -replicarán.

Es cierto.

Llevamos cinco mil años de marcha.

El aprendizaje ha sido largo

y llegó la hora de aprobar la asignatura pendiente.

Rescatemos el pensamiento de los que se fueron.

Cada quien dirá lo suyo.

Nadie se quedará atrás. Tampoco

 Platero, trotando con Juan Ramón a cuestas

El desfile será largo:

Allí los millones de judíos, rusos, polacos

y gitanos, emergiendo de las cámaras de gas.

Se levantarán los que murieron

 en las Torres Gemelas y Atocha.

Será la resurrección de la esperanza: allá las víctimas

 de las bombas del hambre.

Acá y acullá

Los pobres y los ricos.

Los degollados de Pol-Pot.

Los que aún están en los vientres de las madres.

Los sedientos de la tierra.

Será un verdadero  juicio final.

El dedo acusador

de los humillados, violados, maltratados, asesinados

 en el largo camino de la utopía por la redención

señalará hacia el banquillo:

 allí el diablo apabullado por las evidencias

 de sus delitos tendrá que tragarse

 sus colmillos atómicos, auto desgarrarse

 con sus uñas de garfio que aún chorrean

 sangre vietnamita, vísceras del Líbano, gritos profundos

 de muerte en Gaza.

Cobrarán vida para acusarlo las cabezas destrozadas

de niños iraquíes y afganos.

 

 Ese día se levantarán

los mártires de Chicago, los cristianos devorados

 por los leones en Roma, las víctimas del fuego

 de la Santa Inquisición, los degollados por la espada

 de los caballeros cruzados.

Un niño en nombre toda la inocencia

de la tierra denunciará el horror

 de Lídice y Guernica, la barbarie

 de Sabra y Chatila, los cercenados cadáveres

 de Ruanda, los monstruos que aún nacen

 en Hiroshima, Nagasaki y Bophal.

Alguien recordará los ojos inmensos de Lorca

el día en que Franco lo asesinó.

La barbarie fascista no pudo

detener los versos de Federico

ni extirpar la luz del poema inconcluso

de Miguel Hernández, de la tristeza vital

 de Neruda, de todos los desplazados

 de la vida, de los impedidos de escuchar

 el canto de la aurora: las interminables muchedumbres

desbordando las murallas del principio de un tiempo

 que la Historia por fin está pariendo.