DEMÓDOCO

EMBARACÉ A MI SUEGRA

 

 

[Narraciones de Claustro Universitario y Extramuros Académicos]

 

Por Alberto JIMÉNEZ URE

 

Fiedric Priex Triado tocó la puerta de mi apartamento en el «Edificio Gardel», un sábado, muy temprano. Lo había conocido recién aquellos días juveniles [Década de los Años 70/S. XX]: era poeta y cocinero.

-«Ayúdalo, Albert, por favor: no puede superar una fortísima depresión» -estuvo confidenciándome [telefónicamente] su hermana, que era mi amiga y destacada profesora en la Universidad de Los Andes-. «Podría suicidarse»

-El problema es que también soy proclive a cometer suicidio –le dije durante una de nuestras conversaciones-. ¿Qué cosa tan terrible pudo ocurrirle a Fiedric?

-Irá a tu apartamento, te contará, trátalo bien, lo amo mucho […]

En la pequeña sala de mi hábitat tenía por adorno una soga, lo admito para impedir innecesarias especulaciones. No se trata de uno de mis frecuentes avocamientos en territorio de ficciones literarias. La chica española, que fue mi primera esposa, Alltrien Rossalles, solía pedirme la retirara del lugar, junto a un retrato -óleo- de una hermosa y desnuda mujer [obsequio del afamado pintor retratista Mohamé, residenciado en Roma] Esa horca aparece en la portada de mi libro intitulado Suicidios, publicado por la Universidad de Los Andes (1982)

-Adelante, amigo –le sugerí al poeta-. Vamos hacia la habitación donde tengo una pequeña biblioteca y cama donde puedes descansar.

-Gracias, Albert –cabizbajo, barbado y sucio, agradeció-. Me siento muy mal. Atrapado en mi cuerpo.

Tembloroso, Priex Triado recostó su enorme Ser Físico [era obeso] en el colchón, mientras yo le preparaba -de prisa- un café y sándwich. En pocos minutos estuve sentado frente a él, en un pequeño taburete mientras –semiacostado- mi visitante lo tomaba y comía.

-Explícame, Friedric –inferí-. ¿Por qué jóvenes intelectuales como tú o yo pensamos recurrentemente en el suicidio? Acaso, ¿por principios filosóficos?

-Embaracé a mi suegra –respondió y casi vomita-. No tengo hijos con mi esposa, pero su madre parirá uno del cual será hermana y yo el degenerado padre. No podré vivir con esa tragedia moral.

Al mediodía, cuando regresó mi cónyuge de clases, quien era estudiante de «Ecología Animal» en nuestra casa de estudios, yo ayudaba a  Priex Triado colcarse mi horca en su cuello. Ese magnánimo acto de reparación quedó interrumpido porque mi pareja, enfurecida, lo impidió:

-¡Ustedes están locos! –exclamó-. Notificaré a la policía […]  

-No lo hagas, por favor –le rogué-. Vivirá.

Pernoctó en mi residencia durante varios días, sin estabilizarse psíquicamente. Su presencia era trémula. Sufría pesadillas. Una de las cuales que, desnudo, simulaba oponerse a la intención de veinte hombres que [con sus penes erguidos] le acaricaban las nalgas y espalda con intenciones de violarlo bajo uno de los viaductos. Su aparente resistencia era brevísima, casi coqueteo, hasta cuando lo falotraban.

-«No soy homosexual, Albert» -aseveraba- Pero, me siento muy confundido al despertar […]

-Sabes que soy narrador y no psiquiatra, pero me gusta estudiar los textos de Psicoanálisis de Freud y Jung –le repetía-. Tal vez te castigas mediante sueños que, ya lúcido, calificas imposturas.

-Pero, en las pesadillas lo disfruto […]

-Sólo te sodomizas al moldear, como escultor, cuerpos masculinos a los cuales das la tarea de vengar una presunta afrenta. Llevas el peso de la invención de un hombre promiscuo sobre tu espalda.

Desde hace casi dos décadas, Fiedric Priex Triado ya no es mi amigo. Presumo que por motivos políticos. Entre varios asuntos gravísimos, meses ante de morir por vejez, su arqueólogo padre me confió un drama familiar:

-«Estoy enfadado con dos de mis hijos porque trabajaban para el gobierno de un militar golpista y dictador del cual fui, desgraciadamente para mí, maestro en la escuela primaria allá en Barinas. Tatryn es embajador. Por su parte, Friedric, desde nuestro país y hacia repúblicas latinoamericanas donde ideólogos del Foro de Sao Paulo pretenden instaurar regímenes socialistas, transporta próceres impresos imperiales. Tiene un pasaporte diplomático para realizar esas operaciones ilícitas, por orden del tirano. Temo que algún día lo castiguen por ello […]»