Rodolfo Guevara

Supe entonces...

 

Supe entonces... lo tontos
que eran mis silencios
cuando escuché el retoño
de tu voz, tatuando mis sentidos
con tu manera dulce y singular

de decir mi nombre.

 

Y el silencio... de tu mirada,
dos algodones curando
mis llagados párpados,
abriendo la trancada puerta
de mi sonrisa, emancipando
la bella melodía de tu nombre.

 

Y la llovizna... suave de tus manos
floreciendo en la aridez de las mías.
Los surcos perezosos de semillas
dormidas, renacen cuando las nubes
de tu piel, tocan sutilmente
el cielo seco de mis años.

 

Y las gotas... de tus besos,
corceles carmesí en el bello
carrusel de tus labios, escoltados
levemente por el apacible aleteo
de tu aliento, que como mariposa
sale del hermoso capullo de tu boca.

 

Y tu olor... a bosque recién podado
por mis caricias y el matinal rocío,
el viento se embriaga de tu pelo y
oxigena el nido de tus ojos,
donde tímidos los rayos de sol
duermen abrigados, por el verdor de tus hojas,
mecidos por el andar cadente de tus ramas.

 

Que tontos eran mis silencios hasta
que se fugaron los jilgueros de tu boca.
Que torpes eran mis manos atrapando
luciérnagas a mediodía,contando estrellas
con los ojos vendados en un cielo nublado...
cuando hay un historia que escribir contigo.

 

Mis silencios son ahora el lienzo
donde el arcoiris de tus palabras
se encarna, mis manos son diez ríos
que fluyen al océano inmenso de tu amor,
mi alma es un remanso diáfano y fresco
donde duerme perenne tu luna llena.

 

Tus recuerdos son el norte en mi brújula,
guía mi velero a tus blancas playas,
dejo dormitando en ellas miles caracolas...
sus ecos incesantes te han de murmurar,
resonando en mis cálidas madrugadas;
mi mar, mi amor y mis versos.

 

Supe entonces... que tu eres, lo que yo no sabía que soy