Danny McGee

EL ÁRBOL.

El Árbol.

No sé si te acuerdas. Fue en aquel árbol torcido… tan torcido y tan perfecto como para estar y darte un beso, regalarte una sonrisa y creerse entre los vientos. Era tarde… tan tarde que el sol viejo nos miraba de reojo, nos hablaba de poemas y de aquel bello horizonte que era nuestro, de nosotros.
Era un árbol tan silente como el beso que se siente de raíz hasta la copa: yo sintiéndote tan mía como tú sentías toda. No eran nuestras las palabras, pero sí los hechos nuevos de dos niños sin recuerdos. Todo fue, quizás, tan bello, como el astro que nos dijo que ese instante ya era nuestro.
No recuerdo si sus hojas eran verdes o amarillas, sólo sé que te sentía como siente el que halla el cielo sin haber perdido vida. Tu mirada aguamarina a mí ser enloquecía con su fino despertar, como loco, tibio y leve se hace ver un manantial. Tú eras toda una sorpresa, una imagen tan perfecta que me honraba el respirar.
Por belleza tan divina, por la tarde tan completa, era fácil compararse con el más grande poeta. Era ver tu inspiración, y ser hombre entre tus brazos era un paso a ser un dios. ¡Qué belleza! La razón de la existencia era viva ante mis labios, ante tan hermoso cuadro que era fuego y fortaleza, una tarde entre las manos que era simplemente nueva.

No sé si te acuerdas. Fue en aquel árbol torcido… tan torcido y tan perfecto como para estar y darte un beso; pero siempre hay una brisa que te deja en el recuerdo. Era tarde… y hoy es tarde tu silencio escribiéndole a tu beso y a ese árbol tan torcido como fue al final lo nuestro. Hoy es noche, estoy vacío y no hay más que un sentimiento.
Era un árbol tan silente como el beso que se siente de raíz hasta la copa, y hoy te siento tan vacía como siento que estás sola. No son nuestras las palabras ni lo son aquellos hechos. Todo fue, quizás, un sueño, como el astro que hoy nos dice que ese instante ya no es nuestro.
No recuerdo si sus hojas eran verdes o amarillas, sólo sé que te sentía como siente el que halla el cielo sin haber perdido vida. Tu mirada aguamarina a mí ser enloquecía con su fino despertar, pero loco, tibio y leve, yo no soy un manantial. No eres hoy una sorpresa, ni una imagen tan perfecta que me anime a respirar.

A Claudia Jara.