Danny McGee

LA BALALAIKA.

La balalaika.

Una tarde, cayendo la nieve, le dije adiós a mi vida, a mis sueños, al sabor de haber amado como nunca otro hombre se atrevió por darlo todo. A la tarde de aquel beso, le agregamos aquel viento de la vía hacia el olvido, que separa tantas aguas como arenas del camino. 

Un beso y una suerte inesperada nos dejó sumándonos al frío de ése y todos los inviernos. Liberadas nuestras almas conocieron su rincón, pero el más abrazador de la tan senil, muy honda y cruel desolación.

Nos dejamos... nos soltamos de la frase que es promesa en los amantes. Le dijimos adiós a nuestras tantas alegrías, al camino recorrido de dos almas en un sueño, sin palabras ni perdones, como si esto hubiera sido un liviano y tonto juego.

Sólo bastaba una mirada para que el día ardiera en llamas y dejáramos atrás el glaciar que rinde, espanta. Era cosa de mirarnos y de que luego, al sonreírnos, nos volviéramos de nuevo a donde no debimos irnos. Pero ambos nos dejamos a un costado del camino y nos fuimos caminando solitarios al recuerdo, al espacio donde nadie debe ir porque no hay nada, allá donde la ausencia es mucho más que una palabra.

Hoy me faltan, no lo niego, ciertos besos de los tuyos, un buen par de tus caricias para hallar aquel motivo que me hacía despertar... despertar y no dejar de saber que eras un sueño, uno bello, gigantesco como nunca habrá de nuevo.

A veces, no te miento, yo me niego a ver cerrado este libro que escribimos, y con lágrimas de sangre, yo le agrego más capítulos. Y al final de todo veo que no estás en ningún lado: ni en la plaza de aquel beso, ni en la punta de mis labios. No te veo ni te siento: no te veo en la sonrisa atrapando su secreto, ni te siento entre las sábanas de tu fuego, mío y nuestro. 

No te tengo en el abrazo, ni en el beso de ese entonces, cuando ambos en un cuarto, al costado de una lámpara, nos veíamos mezclados con la nota del pasado de una bella balalaika.

Es cierto lo que dije... y son sueños los de hoy, pero de esos que te dañan porque no van a cumplirse, o volver a verse puestos en el centro de tu cuerpo, de eso se componen lo que hoy son estos sueños. 

No sé bien si me recuerdas, ni si parte de mis besos se aferraron a tus labios. Sea olvido, sea recuerdo, no soy nada en tu camino, soy pedazo de un silencio que es idéntico a lo mismo. 

Y aunque rompa las cadenas de esta muda soledad y tu nombre alce en un grito, para mí ensordecedor, sé de plano que no escuchas el amor que en estos muros se golpea y se golpea solamente con mi voz. 

Por la tarde, entre la nieve, que a mi vida dije adiós, hoy yo sufro la condena de una muerte fría y larga, donde sólo en mi memoria, con feroz desilusión, suena sola aquella nota de la bella balalaika.

A Claudia Jara.