Verano Brisas

NERÓN

Agripina no paraba en su deseo

de hacer danzar las saltatrices

al ritmo de la música imperial.

 

El viejo Claudio miraba aquella farsa

con sus ojos estáticos,

como clavado en el trono.

 

Británico había perdido la posibilidad

de ser coronado emperador,

no obstante los esfuerzos de su padre.

 

Fue así como tú, Lucio Dionicio Enobarbo,

cuyos vicios y excentricidades

fueron más producto de la época

que vocación personal,

te viste llevado a la suprema jerarquía

en medio de innumerables intrigas,

por los designios maternos.

 

Desoíste los consejos de tu preceptor

mostrando más amor hacia la plástica

que hacia las artes de la guerra,

más afinidad con la tragedia helénica

que con el teatro de los acontecimientos,

más sensibilidad por el canto de las sirenas

que por el tétrico alarido de los moribundos.

 

Gobernaste con relativa eficacia

sobre ese nido de víboras,

mejor que Calígula y Tiberio.

 

Lloraste desconsoladamente

cuando el incendio de Roma,

pero la calumnia prosperó

con el naciente cristianismo,

dejándote marcado ante la historia

como un ente feminoide,

endemoniado y pirómano.

 

Hoy que los ánimos caldean en otras latitudes

miramos tu decadencia con mayor serenidad,

y comprendemos porqué mientras caías

exclamaste, desgoznado de amargura:

¡Qué gran artista pierde el mundo!