Alejandro Tapia

Autoexilio.

Autoexilio.

 

Es raro que siendo el exiliado, el menos deseado, el incómodo, el ignorado, sea yo quién se quede.

A ratos entre dientes por los rincones me escucho hablando, sólo yo reconozco mi voz cada vez más menguada y la cara demacrada que me regala el espejo al final del pasillo y que insiste en que no recuerda ahora al primer amor, en que momento descubrió la muerte o cuándo dejo de ser niño.

Por momentos, sobre todo en las madrugadas, soy feliz con mi soledad o con la respiración de un fantasma que siento en mi nuca mientras me acaricia los huesos.

Ya no me queda nada apenas melancolías de las que no siempre soy consciente más cuando surgen, sobre todo en las mañanas, las  exorcizo con grafito o  carboncillo.

Cuando el mundo me sofoca abro la ventana desde el cuarto piso, me refresco la cara y puedo sentir como el horizonte también me rechaza.