Christian Alondra

Las otras mujeres

Mujeres de papel,
con bordes arrugados,
contraídas y vueltas a aplanar,
agujereadas con cincel,
hechas barcos, de letras y agua
sus cuerpos desbordados.

 

Mujeres nacidas de huracanes,
consideradas lloviznas. 
Destruyen y humedecen,
se desintegran fragmentantes,
perpetuas leyendas,
donde en el iris de sus ojos
los naufragios hundían.

 

Mujeres insaciables, arden,
van quemando desde dentro,
revolcándose en suelo infertil,
no crean ni asesinan, muerden,
firmes agrietan el cimiento,
escupen en el autoritarismo varonil.

 

Depredadoras cansadas,
sigilosas, de pasos pesados,
con rostros y párpados mosqueados.
Fieras domesticadas,
encadenadas y embozadas,
merodeando sus mismas jaulas.

 

De peligro se rodean al estar en libertad,
no hay presa que a sus pies no caiga.
Son bellas, legítimamente hermosas,
sus ojos muertos están, ni compasión ni piedad.
Su canto no hay quien no lo oiga,
son tanto de vida como muerte las promesas.

 

Sin embargo son blandas, vulnerables,
desean calidez y noches placenteras;
no se abren, pues de amar son incapaces;
no te sueltan, como si cargar con ellas asumieras,
y se aferran, y en el regazo se vuelven niñas,
hasta acostumbrarte a quererlas, a salvo mantenerlas.

 

Mujeres tiernas, de pies descalzos,
ellas se aman entre sí, sin pedir más.
Depredadoras sin carroña,
será su ausencia lo que añoramos,
inconclusas y a la vez completas obras,
protagonistas del amor y el odio las historias.