Alejandro Tapia

Macondo

Macondo.

El otro día por tener una mala vida me sentía agobiado, por los pesares los recuerdos y los sueños rotos me sentía muy extenuado, diminuto y apagado.

No pude soportarlo más y empecé un viaje a ningún lado, me fui lejos baje por la espina dorsal del mundo como si fuera la espina dorsal de mi herida –tú-, ambas son la más hermosa vista que haya visto jamás. Aunque quise quedarme en muchos sitios mis pies nomás no pude controlar.

Ya ni tenía dolores casi apenas y memoria cuando pensando en nada me llego un olor a tierra, agua, sangre y a sal de lágrimas, seguí un camino de hormigas color fuego. Me recibieron casitas azules y un par de rotos almendros.

 Cuando pude sentir que de mí un hechizo se apoderaba. Me topé con ancianos muy ancianos que sobre gitanos, guerra y hielo balbuceaban, y gente linda de cuerpo y alma que tenían la seguridad de no desear nada. En todos lados se sentía algo vivo que me causo el deseo de buscar fantasmas con amor y profundo respeto.

Ese pueblo de piedras pulidas, blancas y enormes me transformó  y aquí si por siempre, que no es mucho, me quedaré.