Margarita García Alonso

En un bar holandés

 He olvidado mi lengua,

escrupulosamente anoto

dispersas sensaciones

en un bar holandés.

 

Medianoche de efluvios,

pongo cara de maestra en papiros,

de neurótica correctora de

la Real Academia española,

cuando dicto leyes ortográficas

que solo retiene el barman

si me pagan el mojito.

 

Nadie se salva,

mi acento provoca

una catástrofe sexual.

 

Estoy esdrújula, confundo

canales con piscinas,

el puerto con alguna laguna,

el cigarrillo a la mano

por si se animan a tomar fotos.

 

Siento, eso sí, resiento,

gatos que maúllan

café que reverbera,

tripas que ronronean

vacas que no hacen ruido

pues están lejos y escucho

respirar a mi abuelo Gerardo,

la mecedora

donde mi abuela Luisa

teje al croché,

silencio

la mecedora chirría

-chirría no es poético,

dice Don pantalón

del oficio que me maltrata-

 

pues la mecedora de abuela

hace un ruido

poco poético,

como si pidiese

que regrese

pero ha muerto

y tampoco sé

cómo se dice

madeja que cae al suelo

 

-¿mina, explota, desarticula?-

 

Tras las rejas gritan

-marchan, apoyan, manifiestan-

o simplemente ladran

los perros del rey.

 

La lluvia ácida en mi rostro,

no reconozco las calles,

el relámpago es solo un neón

de la casa de putas.

 

Me hace la vida imposible

esta libertad aparcada

frente a una banda

que repite buenas noches.

 

De todas las cosas un cuerpo

un cuerpo sin nombre,

incapaz de extraerme

del cóctel de drogas

donde he olvidado

que soy vieja.

 

Tengo la impresión que este hombre

me ha conocido en todos los tiempos.

Es hora de abreviar la palabreja,

al menos que me prive de pecado y

decrete correcciones al escriba

 

-los que hablan se guarecen

donde escampa,

poco sufren el salpullido

genital de los academicistas-

 

Si le beso, todos los ruidos

dejarán de existir,

y le beso

sobre el lienzo difunto

de los pretéritos.

 

Amanece, las tulipas

bendicen mi bolsillo,

respiran el iluminado sudor

de esta criatura perfecta

que me ha penetrado

sin saber que se suicida

el Occidente.

 

Pero aún persiste el léxico,

la culpa, el abandono de mis muertos,

tan solo queda el olor de meadero,

el tufillo de orina que escapa

e instala en mi nariz.

 

del poemario Breviario de margaritas, 2013, Editora Betania.

Un demonio, al nacer, me dio el arte cruel de ensangrentar

la peña y de escarbar en la herida.

Charles Baudelaire.