Murialdo Chicaiza

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No me mira la niña de mis ojos

desde su aposento de flor dormida,

me duele su indiferencia de abrojos

que cual veta de carne dolorida

quemante como hielo, como rastrojos.

Hoy la miro con mi alma entristecida

sus pestañas ausentes y olvidadas

de mí huyen, a mis ansias enlutadas.