Johan Molobo

Reloj de arena

 


Reloj de arena

 

El vórtice desnudo sin necesidad;
devorándose él mismo, tan solo porque sí,
no conoce de tristeza, nunca fue feliz.
contuvo en sí toda la vida, sin respirar.

 

 

 

Cada grano de los días que dio a luz,
es un grillete para el ciego, que vio más allá,
de la celda de esa voz que no supo callar.
Se cuadriculan los otoños como un ataúd.

 

 

 

A oscuras en mi cuarto susurré ese nombre,
que no tiene rostro, ni cielo, ni fuego;
las letras desechables de un ego,
que domesticó a la razón ajada de un hombre.

 

 

 

Un hombre: polizón de un tranvía que no para;
no, hasta que tenga que parar.
Y aunque embotelle sueños para regalar,
despuntará el sol cada mañana.

 

 

 

Pasos, pasos y más pasos,
bajando por la cintura de cristal,
de un castillo que secuestra al bien y al mal,
y engarza “todo” como a un niño en sus regazos.

 

 

 

A oscuras en mi cuarto susurro aquel nombre,
mientras bebo tinieblas de una copa,
que anestesia al recuerdo de un hombre,
y lo que queda de su poesía rota.