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ROMANCE DE UN TORO Y UN TORERO

 

ROMANCE DE UN TORO Y UN TORERO

 

Torero de ajeno espanto,

de eclipses bajo los ojos,

con galanura en los cinco

botones de pecho roto,

 

luce larga cordobesa

por la dehesa y ocioso,

que el matador es torero

sin lentejuelas ni adornos.

 

El diestro camina erguido

sin voladizos al rostro,

con girasoles al frente

y acerado por los hombros.

 

La estrella tienta su pecho

por el coliseo de oro

mientras un pozo desnuda

su traje azabache y plomo.

 

Un carrusel de gargantas

le animan codo con codo

cuando una boca le arroja

entre sus fauces al monstruo.

 

Prismas de la acorazada

arboladura del toro

colman de miedo la sangre

del mal augurio y sus tronos.

 

El sol biselado tumba

perfiles de luna al coso,

mientras la bestia y el hombre

se miran el uno al otro.

 

Impecable de plomada,

noble de la popa al morro,

con músculo adamantino

y aterciopelado, el toro

 

gira en cabriolas de escote

con bravo trapío al torso

y cuernos de fiel espejo

erizados por los codos.

 

La fiera cruza dos tercios

con una boa en el lomo,

acinturado al capote

con corazones al poso.

 

El diestro gira en el eje

endurecido por olmos

con revoleras de danza

y mariposas de a corto.

 

El diestro y la fiera sienten

palpitaciones al fondo

y al graderío descuajan

a flor de piel el asombro.

 

El diestro al último porta

muleta de tinte rojo,

un camarada en las astas

y en el estoque un estorbo.

 

Un recital de gaviotas

derraman por sobre todos,

encadenando unos pases

de lirismo sin cerrojos.

 

Cien lágrimas de aceituna

resbalan sobre su rostro,

herido de arena y zarza

arrojando al aire potros.

 

El diestro mira a los palcos

con claveles en los ojos,

claveles de misma cuna

que hay en los ojos del toro.

 

Los círculos de Saturno

se han detenido de pronto

y un relente de silencio

cubre la plaza de toros.

 

La muerte helada del filo

tirita con cante jondo.

El diestro siente el azufre

viendo a un amigo en el otro.

 

Entonces la grada entona

que hay en el dúo un tesoro

y retruena en gran indulto

con el pulmón de un coloso.

 

El diestro eleva a los cielos

una sonrisa de a chorros

brindándole al toro todas

las castañuelas del coso.

 

Y el diestro a los pocos días,

por la dehesa y ocioso,

con su torito pasea

acariciándole el lomo

con esos blancos claveles

que brillan entre sus ojos.

 

Autor: Doblezero