Christian Alondra

Pierdo a quien amaba

Zapatos negros manchados de barro,

ropa oscura mojada de lluvia,

tierra que lo hunde todo por el fango,

alaridos de pérdida azotados con furia.

 

Tú nombre suena en el atavismo de mi mente,

riéndose de mí, arrancado cruelmente por la muerte.

En esta triste escena fúnebre suplico:

con tus brazos una vez más, cúbreme.

 

Será que tu cuerpo se funda en la caoba,

o tal vez te irás, me abandonas justo ahora.

Con el pecho abierto de par en par,

me dejas a la deriva de un profundo mar.

 

Más sencillo podría olvidar si no te viera,

si al volver a casa, cruzando el portal, tu olor no me penetrara,

cuando tu fantasma a mi espalda no subiera.

Si al menos alguien a mi alrededor te olvidara.

 

Te veo recostada en tu alcoba,

recogiendo del suelo nuestra ropa,

sonriendo perdidamente a algo de lo cual no soy testigo,

abriendo mis manos tratando de retenerte conmigo.

 

Llévame de vuelta a mi infancia,

cuando en las noches me arropabas,

en la frente me besabas.

Cuando entre ambas no existía distancia.

 

Condolencias y abrazos recibo;

desde tu adiós ya nada escribo,

como si mi mundo se hubiera detenido,

todo lo que era importante parece haber huido.

 

Y mis hermanos lloran en silencio a solas,

pero sus sollozos ahogados retumban,

hacen vibrar cual fuerza de pistolas,

Y la casa, la familia, se derrumban.

 

Flores, las hay por todas partes,

más que nada blancas,

para que en paz descanses,

mas si tienes esa paz, por qué no nos la compartes.

 

Te vas y contigo llevas los cimientos,

dejando ruinas y remordimientos,

de quienes sabes que sin ti no siguen,

no pueden, pues hombres sin alma ya no viven.