walter luis

Insomnio

   Una noche, después que acostamos a los niños me fui a la cama; no me quedaban muchas horas para dormir, pues al otro día debía levantarme temprano, pero apenas apoyé la cabeza en la almohada, sentí que se me había ido el sueño.

 

     - ¿Qué hago? - Me pregunté. Comencé un ejercicio que tal vez me provocara aburrimiento y cansancio; imaginé que escuchaba y veía la melodía de Chiribiribim escrita sobre una cinta, pasando frente a mí sin detenerse. A veces la oía como vals y otras con ritmo di-ferente. Cansado de ese juego opté por las ovejitas.

 

     Comencé a contarlas mientras saltaban un vallado alto para ellas; algunas se caían y me confundían en la cuenta. Decidí contar vacas. Pasaban tan lentamente, que la soñolencia llegó rápido: “ciento cuarenta y cuaa…”

 

                                           *                                                                                              - Hola abuelita Clara, tuve dos años de edad cuando te vi por última vez. Recuerdo que estabas acostada en una cama con respaldo de metal y todos te rodeaban. Mi mamá me levantó y vos me besaste; luego me llevó afuera y ya no volví. ¿Me das la mano? No es vergüenza para un hombre ir tomado de la mano de su abuela.

 

     - Mi niño, yo siempre vengo a visitarte cuando dormís, te doy un beso y al ver que estás bien, sigo a lo de mis otros nietos. Ahora debo irme antes de que amanezca; cuando me necesites, no tenés más que llamarme.

 

*

     - ¿Qué hora es? – me dije. Estaba saliendo el sol; había dormido como un ángel y ¡me sentía tan bien! Debía levantarme, bañarme y ponerme mis mejores ropas, porque ese día comenzaba en un nuevo empleo.