alejandro fozar

LVI.

 

Ahora dos manos más ancianas

en los estribos de una misma sepultura,

aquel amor frente al pabellón de las mañanas

con clavos ya oxidados de ternura.

 

No hay ni habrá epitafios en la piedra 

si no alcoholes llorados, ruinas de su imperio,

silencio que deja oír crecer la hiedra

sobre las ánimas de este cementerio.

 

Amor inhumado sin la misa de dos mortales,

el cáliz que rebalsa ayeres y sedimentos,

y alguien abrazándose a besos epistolares

En agrietada aurora, espejismo sin firmamento.