Cuando desperté ahí me encontraba, mirando esos ojos,
con ese resplandor que iluminaba mejor que el sol.
Su piel tan cálida como tarde de verano y esa suavidad
reflejaba esa sencillez que habitaba en su corazón.
Cuando miraba sus manos, sabia con toda seguridad,
que esas eran las que iban a encajar con las mías,
formando una perfecta armonía, armonía que querría
repetir por el resto de mi vida.
Estar en sus brazos y nunca querer desprenderme de ellos,
sentir su respiración era una ecuación que deseaba resolver, una y otra vez.
En el atardecer sabía con toda seguridad que me dariá
de comer con su amor a mi corazón.
Esa sensación que no tiene explicación, no podriá ser otra cosa que amor,
y el estar sin ella impliariá perderlo,
perder esa luz que iluminaba mejor que el sol,
perder quien apagase mi razón y encendiese mi corazón.