Kleber Exkart

Infidelidad

Las palabras se hicieron remolinos, parecían tragarse toda la saliva. Se negaban articular palabra alguna. La confesión de su infidelidad no era nada fácil. Trató de argumentar unas cuantas cosas. Fue inútil no estaba siendo coherente. Su mujer del otro lado lo escuchaba sollozando. Se oía un gutural gemido como de fiera herida. La imaginó sentada sobre un sillón con las manos inquietas sin atinar a dejar que apretujaran el teléfono. Era como estar en limbo con un pies puesto entre la luz y la oscuridad. No recordaba la última vez que había tenido esa sensación de perdido en el paraíso pero era atosigante interiormente. Se sentía como un lienzo colgado en una pared con miles de miradas interrogándolo del porque lo habían colgado, si apenas era una mancha oscura de una pintura abstracta que se difumaba con un trasfondo imaginario de una aventura de fin de semana.

 

El sollozo iba y venía. Hubo minutos de largo silencio. Luego le contó la historia más disparatada que se cruzó por su imaginación. Jamás había tocado mujer alguna después de ella. Solo habían transcurrido unos cuantos días de su ausencia. No había tenido tiempo de tejer ninguna relación ni siquiera de amistad. Era imposible que hubiera podido serle infiel. Parecía un invento de ella, colada de esos miedos existenciales en los que yuxtaponemos la realidad. Era una historia de fontanería, no podía ser otra cosa. Había sido labrada, construida para perjudicarlo. Había tantas noticias falsas circulando que alguien había pescado esa historia y quiso empapelarlo. No podía ser otra cosa. Ahora se tejían historias de amor con ribetes de infidelidad que parecían verdaderas tragedias griegas. El no era Ulises, ni ella era Penélope. Apenas eran cuerpos yendo juntos en un mar de sobriedades y repentinas luces de flash que hacían una historia brillante según el que la quiera mirar.

 

Con ella había vivido años intensos de amor. Recordaba cada momento de felicidad. Ella era un poco mayor que él, pero era casi nada la diferencia. Algunos hasta pensaban que él era mayor. Recordaba la primera vez que la presentó a su mamá. Había hecho un gesto de fina ironía que pasó desapercibido, pero que sin embargo definiría su relación futura. Cuando estuvieron las dos a solas se miraron intensamente como midiendo fuerzas antagónicas. Eran dos carneros delimitando terreno. Su madre había querido olvidar ese primer encuentro pero siempre lo recordaba como un momento desagradable. Siempre espetaba. \"Tú mujer no tiene modales, no es una verdadera dama\". Al principio lo tomó como una apreciación apresurada de alguien que hay que darle tiempo para bucear lo mejor de alguien. Después simplemente no le importaba el comentario. Si se llevaban bien o no le pareció un asunto que no interferiría su relación. Años después era una piedra en el zapato que siempre causaba molestia, especialmente por el añejo carácter de su mamá. 

 

No buscaba justificarse. Tenía las cartas echadas en su contra y sabía que ella no lo perdonaría. Volvería a echarle en cara las otras infidelidades. Era una larga lista de nombres que parecían ser sacados de un directorio feminista. Solo quería que se calmará de sollozar, que dijera todo lo que tenía que decir pero sin atragantarse con las palabras. Algunas se ahogaban en el camino y llegaban casi inaudibles. No sabía si lo absolvían o lo condenaban a mas tiempo de ostracismo. No había ninguna coartada en toda esta historia, simple hechos que contar. Era una noticia de esas que se pone de relleno o que cuelgan para ver si hay lectores interesados en la banalidad. 

 

Realmente había muy poco tiempo para cursilerías. El tiempo parecía haber pasado de prisa y habían envejecido con premura. No es que estuvieran viejos pero las ideas estaban raídas con pensamientos haraposos, llenos de misticismos religiosos anclados en una filosofía de vida monasterial. Aunque se desenvolvían en una sociedad boyante de novísimas ideas contestarías se resistían a dejarse conquistar por el post modernismo de los nuevos tiempos. Ella profesaba un culto nacido en el siglo XVII, de la escuela protestante, pero que había tomado fuerza en el siglo XX, en pleno

albores de la II Guerra Mundial. No había mucho que hurgar, salvo que vivía aferrada a un Dios salvador, que por siglos solo dejaba que ocurriesen los mas dramáticos acontecimientos, incluyendo la muerte y resurrección de su hijo unigénito a quien sus seguidores le confiaban su fe y salvación. Lo de la infidelidad era una pieza anacrónica, que por esas razones no encajaba en su vida y no deseaba escuchar argumento alguno. Tampoco él quería argumentar nada a su favor. Solo esperaba estoicamente que la historia fuera falsa.

 

¿Vendrás a la merienda?. Preguntó Libia. No me esperes despierta dijo Telmo, saliendo. Iré a una larga conversación con unos amigos, queremos hacer algo la próxima semana y debemos afinar algunos detalles. Libia se llevo, las manos a la cintura y cerró la puerta con fuerza. Vendrá otra vez borracho se dijo, para sus adentros. Había varias cosas que hacer en casa y prefirió pensar en las tareas que la esperaban para no desesperarse. Llevaba varios años con esa rutina atosigante de cerrar la puerta con fuerza que la chapa saltaba algunas veces dando señas de daño. Esa noche quiso hacer algo diferente. Dejó las tareas y se puso a hurgar entre los papeles sueltos de su marido.

 

Todo parecía normal salvo por ciertas notas de su agenda de trabajo. Había un par de nombres con asterisco que le llamaron la atención. Ella no era mujer de espiar, pero algo le decía que había mas que solo unas notas en los nombres con asterisco. Los apuntó en una adhesiva y se los guardó para después averiguar y atar cabos. La intuición sería su guía, estaba segura que su marido tenía un affaire desde hace tiempo. Siempre lo había tenido y él no era de los que se conformaban con lo de casa. Trato de no darle mucha importancia al tema y siguió haciendo lo de siempre. Su marido esa noche llegó un poco mas tarde que de costumbre. Pero no tenía sentido refunfuñar por lo que no dijo nada cuando se acostó a su lado y luego se durmió.

 

Desde antes que fueran marido y mujer había tenido claro la naturaleza de mujeriego de Telmo. Siempre pensó que con el tiempo se le pasaría, que asentiría su relación y que su entrega y amor terminarían haciéndolo un hombre modelo. Lo veía asintiendo sus locuras y hasta celebrando las fantasías con que a veces quería sorprenderlo. Pero no fue pasar la primera semana con él que supo que las cosas no marcharían como había pensado. La naturaleza del trabajo de él confabulaba con su conducta machista y depredadora. No era que tuviera la apariencia de un Latin Lover, pero su locuacidad con una buena dosis de virilidad lo hacían tentador para mas de una. Primero solo fueron escaramuzas de escapadas, luego vendrían vendavales que harían tambalear la relación y finalmente se dio por vencida. No iría contra corriente. Tenía que tomarse un tiempo. A lo mejor la distancia curaría ciertas heridas y luego vendrían nuevos momentos. Todavía creía que podría salvarse la relación aunque todo apuntaba que el barco se hundiría. La relación marital no lo era todo. Había de por medio los hijos. Ellos serían quienes resultarían seguramente sacrificados, cualquiera fuera la decisión. Pondría distancia mas allá de lo que la imaginación le pudiera permitir. Se iría lejos. Seguramente la añoñaría. Se volvería a enamorar de ella. Eso también sonaba a fantasía pero era una posibilidad. Prefería pensar positivo.

 

En alguna parte había leído que los buenos amantes tienen varias personalidades, son algo así como personas múltiples. Se desdoblan fácilmente y puede adoptar posiciones yuxtapuestas. Había conocido una larga lista de parejas que convivían con el problema de la infidelidad como tema de fondo pero que sin embargo persistían en la relación de pareja y hacían convivencia sin dejarse de amar y extrañarse. No era su caso. No toleraba una traición. Había sido criada con otros valores. La fidelidad era importante, pero esa mesura no le había sido dada en ninguna de sus relaciones de amor. A veces renegaba de sus sentimientos por considerarlos demasiado insuflados en la teoría amorosa del sacrificio. No era que exigiera devoción exclusiva como si fuera una diosa, pero lo mínimo era respeto. Si respeto. ¿Qué difícil era alzar la copa del respeto y beberla toda?. Le hubiera gustado embriagarse del vino del respeto, pero era una bebida que a sus labios jamás la habían acercado.

 

Era pasada la media noche cuando llegó su marido. Fingió estar dormida para no tener que escucharlo. Conocía el ritual y protocolo cuando llegaba pasada la media noche. Hacía el menor ruido posible y se echaba a dormir sin siquiera voltear a mirarla. En los primeros años de matrimonio casi siempre precedía una sesión de sexo antes de dormirse. Con el pasar de los años su negativa a atenderlo y sus continuos escarceos con otras mujeres había menguado su fogosidad.

 

La parada del bus estaba repleta. No había donde poner un pie. Llevaban media hora esperando el bus del entronque. El sofocante calor tropical de la ciudad no ayudaba mucho por lo que se sintió mal humorada. ¿Por qué no pudimos haber venido mas tarde?. Dijo. Telmo no contestó. Apenas si hizo un gesto de mirar a su derecha por donde debía aparecer el autobús. Ella volvió a preguntar. ¿Por qué no pudimos venir mas tarde?. Telmo se volvió para responderle desde su pequeño espacio que la gente le permitía. Porque ya lo habíamos hablado, dijo. Quedamos que iríamos hoy en la tarde a visitar al médico y sabes que ellos tienen horarios rígidos. Escogisteis el peor horario asintió, Libia moviéndose un poco mas hacía su lado. Ella refunfuñaba cuando llegó el autobús y pronto se vieron en el torbellino de caderas y extremidades entrando en tropel al Bus. El se quedó cerca de ella cubriéndola por detrás. Sintió sus nalgas duras recostadas sobre su base púbica.

 

Recordó su época de estudiantes universitarios cuando él era su vasallo y ella su heroína. Cómo le gustaba cubrirla con su ancha cintura, era como si la rodeará para que nadie mas se le acercará. Se bajaron en la parada de la Biblioteca Municipal y caminaron hasta el consultorio del médico. Era el segundo embarazo de ella y todo iba normal. El médico la examinó y la felicitó. Todo esta bien, no hay novedad, habló el galeno. Siga comiendo sano y bastante frutas. Será una niña o niño hermoso. Después le daré la orden para el examen de auscultación del sexo del niño. Por el momento vamos a dejar unos días mas hasta que podamos estar seguro. Libia parecía haberse calmado y salieron tomados de la mano del consultorio. Ella se sintió segura. Iba sonriendo. Era su segundo embarazo. Tenía un hermoso niño de dos años y estaba en el segundo mes. Primero no le había querido decir nada, porque siempre Telmo iba y venía de viaje. Pero cuando estuvo totalmente segura le dijo. Ella esperaba que su marido se alegrara, pero no fue así. La noticia no pareció alegrarlo cuando se lo dijo y eso la molestó muchísimo. Por unos días prefirió no hablar del tema hasta que le tocó los chequeos que quiso que él mismo la acompañe. Su hijo había nacido y de aquel tiempo habían transcurrido trece años.  

 

No hay que despertar a los niños. Después querrán acompañarte y realmente no creo que les haga bien despedirse. Ella se empeñó en despertarlos. Eran las tres de la mañana. Su vuelo partiría a las 7 pero tenía que estar en el aeropuerto a las cinco para el chequeo de maletas y pasaporte. Los niños se despertaron soñolientos. Sabían lo del viaje, no podían ocultar su tristeza de verla partir. Sólo sería un poco de tiempo, aun eran pequeños sufrirían mas su ausencia. Sin embargo les prometió que regresaría pronto.

 

Así pasaron años entre idas y regresadas. El candor de la juventud los cogió sin el calor materno. Ella se perdió los buenos momentos de la adolescencia de ellos y pasó desapercibida de momentos cruciales que sus hijos vivieron. También eso le reprochaba a su marido. Decía que su escape fue irse lejos y dejar que hiciese su vida libertina, lo que había soñado. Sin embargo cada regreso se refugiaba en sus brazos, era la catarsis de una amante frustrada. Volvía a devorarla y ella engullía sus miedos en los pocos días que compartían el lecho.

 

Pero esta vez sería diferente. Ya no había niños pequeños. Solo estaban ellos dos irrazonadamente todavía juntos, sin quererse dar el adiós definitivo. Por unos instantes enmudeció, dejó de sollozar. El silenció atravesó la distancia hiriendo el tímpano de Telmo. El momento le pareció eterno. Fue como si hubieran rodado una gran piedra y sellado todo ruido. No se atrevió a decir nada. Después escuchó con claridad que le decía. No me esperes mas, no volveré. Me quedaré en este lugar. Haré mi vida lejos de ti.

 

Siempre temí que diría eso. No me angustiaron sus palabras. Sólo ratificaron lo que hace tiempo venía diciéndome. No la esperes, no volverá. Colgó el teléfono. Afuera en la calle había una gran multitud de gente saliendo. Era fin de semana, pero se quedaría en casa sin salir. No había planes de ninguna clase. Ni nadie que lo esperase. Ya tendría tiempo de pensar en alguien. La vida tenía que continuar. No comenzaba ni terminaba allí. Había sido una bonita historia de amor que estaba llegando a su fin.