kavanarudén

Vuelo liberador

 

Bebió sorbo a sorbo de la copa amarga de su existencia.

Cerró el puño y golpeó la mesa, símbolo de protesta y dolor profundo.

Despacio fue paseando por los senderos de su memoria. Pocos eran los caminos llenos de luz, canto y alegría.

El desprecio le dio la bienvenida a este mundo, y como su misma sombra lo siguió en todo momento.

Quiso llorar, más no pudo, había gastado ya todas sus lágrimas, hasta las mismas reservas.

Le dolía el pecho, su corazón al interno le suplicaba que pusiera fin a su miseria.

Se levantó lento. Dirigióse hacia el acantilado. Era un día gris, frío, triste, como su propia alma.

El mar se escuchaba a la lejos, un eco que parecía llamarlo, pronunciando una y otra vez su maldito nombre.

Despacio se desnudó. Su piel se erizaba a causa del viento helado. 

Sus pies tropezaban, eran heridos una y otra vez, por las afiladas piedras que anunciaban la llegada al borde del abismo.

Oteó lejano al horizonte. Allá a lo lejos se encontraba la tierra que lo vio nacer, solo pensar en ella le produjo un punzante dolor en el estómago. 

Sin pensarlo dos veces se tiró al vacío. Mientras caía extendió sus brazos, cual Cristo muriente. Cerró sus ojos y, por una vez en la vida, se sintió libre….

Jamás su cuerpo fue encontrado, por la simple razón de que nadie echó de menos su presencia, nadie reportó su ausencia.