Admiro el tiempo en sí, como pasa, como te mira, como te toca. Lo admiro con el respeto de quién te subordina, receloso y cauto.
Me siento y lo miro, se ríe y me mira, se levanta y se cambia se silla, me vuelve a mirar. Luego vuelve a caminar, me señala con el dedo, me pide que le siga. Yo, le niego con la cabeza y él me coge del brazo.
Me arrastra, mueve los labios y se acerca a mi oído. Silencio, sigue andando, ahora esperando a que le responda. Me encojo de hombros y me tumbo en el suelo.
Me intenta agarrar otra vez pero se escurre y se desvanece en un momento.
Ahora, yo le agarro a él y le sonrío. Me acerco lo justo para que me escuche, se calla y le suelto.
Se tiende, me mira por última vez, me da la mano y asiente con la cabeza.
Realmente, nunca dijimos nada, pero tampoco habría sabido qué decirle.