Eduardo Reyes

Odisea

 

Como el cielo y como el sol

fui tan sólo un espectador

de los dos amantes que pecaban en secreto,

que se amaban por momentos.

 

Pues mi mirada lo vio primero a él,

desde mi ventana bajo la puesta de sol,

escondiéndose detrás de un naranjo

sin miedo a ser lastimado, desgarrado,

pero a la espera de su princesa.

 

En la radio sonaba la melodía perfecta

junto al peculiar espía al acecho;

quien yo, mi Señor, he de pedirte

que al enamorado no castigues

y al cazador en tus brazos lo perdones.

 

Entonces ella se entrega a la libertad

sin miedo a ser descubierta y

sin pena a ser desangrada,

pues en estos campos el amor renace

y en la noche el placer florece.

 

Mientras corro la cortina pienso,

qué dicha ser aquél viajero

que sin miedo naufraga al amar;

y mientras me acuesto recuerdo,

sintiendo las cicatrices,

el momento que nunca llegó.