Esteban Mario Couceyro

El ilusionista

Mirando por dentro suyo, el ilusionista se preguntó.

 

\" Si soy imaginación y el aire que amanece...

lleva mi mirar

por qué el río no se detiene

entre mis manos y la palabra amar\"…

 

El invierno inclemente, en vientos arrachados castigaba el bosque que oculta el valle.

Desde el ventanal a contraluz del infierno que llameaba inquieto, su rostro se apagaba en el lento anochecer.

 

El ilusionista, hombre fascinante que deslumbraba a su público, con actos fantásticos y misteriosos, dignos de un auténtico mago, la aristocracia europea, disputaba su presencia en los salones y él nunca repetía sus inexplicables actos. Tanto fue su éxito, que amasó una fortuna y el respeto de las familias reales, allá por los principios del siglo veinte.

En el extremo de la sala las notas del piano sonaban claras, separadas por pequeños silencios, donde una bella mujer tocaba la melodía con los ojos cerrados, huyendo de la realidad, quizá pensando en el amor y su inconstancia contradictoria.

El ilusionista, giró para sentarse frente al fuego crepitante con fuerte aroma de resinoso pino, mientras calentaba en su mano la copa de cogñac.

 

Entornando los ojos, sentía la música acompasada, viniendo a la memoria, ese baile en donde la conoció a ella, una bella joven de increíbles ojos claros.

Como siempre lo hizo, su acto requería de alguna dama desprevenida, que invitaba en esta ocasión a bailar, en lo posible joven y etérea.

Casi escondida, detrás de los presentes, estaba ella vestida de rojo, de extrema delicadeza, su cuello ausente de joyas, dejaba expuesta su natural belleza.

 

El vals brillante, comenzaba y tomándole el talle, el ilusionista comenzó el acto que asombró a todos, el vuelo en medio de infinitos giros, mientras ella desfallecía en sus abrazos.

 

Detuvo el giro y lentamente la depositó en un cheslong, en medio de admiradas exclamaciones, ella muy pálida y palpitante retenía con sus manos, las de él.

 

En un profundo silencio, el ilusionista, besa los labios trémulos y ella se incorpora recuperando el leve color de su rostro y en un éxtasis abriendo los brazos, comienza a elevarse del suelo con brillos iridiscentes, de las joyas que no traía , en medio de la algarabía de los presentes.

Levemente, los músicos arrancan las notas del vals, mientras la figura de ella se difuminaba en una brisa que recorrió el salón, desapareciendo.

 

……………………

 

Pasó el tiempo y nunca supo de ella, el enamoramiento, ese beso dado, su aroma, la palpitación del pecho. Ella desapareció con la incógnita de su belleza, esas manos tiernas y la mirada inigualable del amor.

 

Desde esa noche, él dejo de hacer los actos, recluido en su château, soñando con volver a verla en la proximidad de un vals.

……………………….

 

Los sonidos del piano, se acallaron y el silencio inundó la escena. El ilusionista tomó un candelabro y se dirigió al piano, en un rincón opuesto de la sala.

 

En el piano la bella mujer, sentada e inmóvil con la mirada fija en la partitura y esas manos perfectas…, como las de ella, lentamente abría los ojos de increíble claridad.

 

El mago se acerca, con una llave y la introduce para cargar la cuerda del mecanismo.

 

Nuevamente las notas musicales, se desgranan de esas manos…, tan bellas como las de ella.