Xabier Abando

La fábula de la rana sorda


Un grupo de ranas cruzando iba el bosque

y dos, por desgracia, cayeron a un hoyo

y, en vez de ayudar y brindarles su apoyo,

el grupo miraba, asomado en el borde,

 

los vanos intentos que, abajo en el fondo,

hacían las ranas de aquel agujero

buscando escaparse del atolladero,

y escépticas, viendo aquel hoyo tan hondo,

 

las ranas de arriba a las otras gritaban

que, siendo imposible escapar a la muerte,

debían, sin más, resignarse a su suerte,

que, sobra decirlo, también lamentaban.

 

Las ranas del hoyo seguían luchando

y en dar grandes saltos ponían su empeño,

en tanto las otras fruncían el ceño,

mal fin a la pobre pareja augurando,

 

así que una de ellas, desmoralizada

por tales augurios, dejó de saltar

y al fin pareció que razón fuese a dar

a las agoreras, muriendo extenuada.

 

Triunfante su tesis, con muchas más ganas,

pues no iba a salvarse, por mucho que hiciera,

a aquella infeliz, de que ya se rindiera,

consejo le daban, gritando, las ranas.

 

Pero ella, tozuda, luchando siguió,

poniendo atención en hacer mejor salto,

y en cierta ocasión saltar pudo tan alto

que al fin, de aquel hoyo, salir consiguió.

 

Y al verla, ya fuera, las otras dijeron:

“A salvo, contentas estamos de verte.

Discúlpanos tantos augurios de muerte”.

Enorme sorpresa causó lo que oyeron

 

decir a la rana, porque agradecía,

con gran alegría, sus gritos de apoyo,

que habían logrado sacarla del hoyo,

por más que, al ser sorda, escuchar no podía.

 

La fábula enseña una gran moraleja:

Algunos consejos deciden la suerte,

en casos extremos, la vida o la muerte;

cuidado, por tanto, como se aconseja,

 

so pena de hacerse del fin responsable;

cuidado asimismo si lo que se escucha

hacernos pudiera cejar en la lucha

contra un cruel destino, tal vez evitable.

 

© Xabier Abando, 15/12/2017