Luciana Garces

DELIRIOS

 

 

Te paras y me miras espaciadamente,
como si cada centímetro me totalizará.
Desnudas la carne de vestido y piel
hasta lograr que enrojézca la sábana.
Después lames, olfateas, devoras
hasta saciarte, y por último
llamas a los carroñeros
para que sus bocas
limpien mis huesos
hasta convertirlos
en falsos marfiles.

Y adornas con ellos los vacíos de tu casa.

II

Recuérdame que te asesine lentamente,
mientras Wagner hace temblar la bóveda
donde tus restos servirán de comida
y lecho para las ratas que amamantaste.
Música, roedores, piltrafas de hombre,
ausencia de pensamientos no alfa.
¡Qué sosegante es odiar y qué sencillo!
Limpia de arrepentimientos arrodillados,
basta con golpearse con rítmo el pecho,
ruidosamente como un batidor levantando la caza.
El polvo de los senderos se asienta
minutos después de que el correcaminos
se abriera paso hasta el horizonte.

¿Te dije te quiero? Equivoqué el verbo.
Me muero.

III
La sangre que me bebo es agua perfumada,
frunzo los labios (es un beso Betty Boom,
o Jagger o Reina de Corazones), y esparzo
la viscosidad roja, marrón, transparente,
moteando el horizonte de gris amargura.
Gira y gira la rosa de los vientos
bajo el huracán de odio sur-norte,
enloquece el eje gravitatorio del planeta,
en algún momento, ójala lejano, vertiginoso
como una peonza caerá al vacío espacial
y hombres, animales, ríos y tierra
se difuminaran en el agujero negro,
insondable, de la absoluta maldad.

¿Vienes? Aún hay novas donde incinerarse

IV

Llueven conciencias e inocencias rotas,
invisibles jirones de almas destrozadas,
espíritus errantes buscando su cadáver.
Sonrisas como plumas suaves de polluelo
flotan desperdigadas en la salada profundidad
de las lágrimas, bamboleadas por los suspiros.
Vagamos solas, contables del dolor ajeno,
en un espectáculo interminable de fieras,
de lobos contra lobos, de ese Abel
que enrojece bajo mis manos de Caín.
Horrorizadas, la muerte y yo,
contemplamos la descomposició n del mundo .

¿Sufres? Apuñala más profundo y morirás.

V
Me sangra la palabra
por la herida hueca
que abre la mentira.

Gotea como un útero vacío
donde no puede refugiarse
el miedo que solidifica el ser.

Mancha, con el orín de la muerte,
óxido infecundo, radiación mortal.
Tu oído oye, pero no escucha.
Púnzalo hasta que mueras de dolor.

Tus aullidos esconderán los quejidos de los que te sufren.

Luci Garcés