Luibarca

AZUL

Sentado sobre un oxidado noray del puerto pesquero, Andrés observa el mar. Su mirada se pierde más allá de las Islas Cíes que guardan la entrada de la ría de Vigo.

Los graznidos emitidos por las gaviotas, que sobrevuelan los barcos que regresan a puerto con la pesca del día, no consiguen sacarlo de su ensimismamiento. Forman parte de la banda sonora de su vida, dedicada a la mar desde que con diecisiete años recién cumplidos se enroló en un barco como grumete y partió rumbo a Terranova.

Sus ojos negros, ahora cubiertos por un velo de agua, se maravillaron al ver otros lugares, otras gentes pero sobre todo la inmensidad del mar, en el que  buscó y halló la vida y en el que en algunas ocasiones casi encuentra la muerte.

Recuerda a Mercedes, con la que se ennovió cuando ésta tenía dieciséis años. Una muchacha de cabellos rubios y ojos de color azul intenso, con la que compartió más de cincuenta años de alegrías. Como la que sentía cada vez que regresaba a puerto y desde la cubierta del barco la veía, esperándolo en el muelle agitando los brazos. O la que sintió cuando nació su hija Candela, a la que conoció cuando ya había cumplido seis meses de vida.

Y con la que también compartió tristezas, sentidas con las sucesivas despedidas de sus padres, de sus amigos, seres queridos que formaron parte de su vida.

Mercedes hace cuatro años que se fue. Y con ella se llevó parte de su corazón y de su alma.

Se pregunta qué motivos tiene para seguir abriendo los ojos cada día, para levantarse, para salir, para respirar, para vivir…

Una voz infantil que pronuncia su nombre, lo devuelve a la realidad. Al girarse ve a su nieta Alba que corre hacia él con los brazos abiertos para acogerlo, con su cabello rubio, mecido por la brisa,  enmarcando un rostro en el que se dibuja una sonrisa.

Y una mirada de color azul intenso que le da la respuesta…