Joseponce1978

La rana, el saltamontes y el pez( fábula)

En la charca de un bosque cohabitaban una rana, un saltamontes y un pez. La ranita era muy alegre, también el saltamontes aunque este, a diferencia de la rana, era un pelín envidioso, al igual que el pez, que no compartía la alegría de los otros dos, pues era un gruñon incorregible. Por suerte para él, tenía mala memoria y se le pasaban  enseguida los enfados.

A la ranita jovial le encantaba bucear en el fondo de la charca, y no lo hacía nada mal, aunque el pez, como es lógico, era más ágil a la hora de moverse  en el agua. De lo cual se vanagloriaba, echándoselo siempre en cara a la rana, la cual tampoco le daba demasiada importancia, recordándole por activa y por pasiva que sí, que él era el campeón acuático. Pero ni aun así el pez se sentía satisfecho, ya que cuando la ranita salía del agua, él era incapaz de hacerlo.

Afuera del agua, el principal divertimento de la ranita era el de cruzar  de orilla a orilla saltando de nenúfar en nenúfar. Boing boing... Cuando el saltamontes la veía, a su vez pasaba también de una orilla a otra, pero este lo hacía de un solo salto. Se impulsaba con el resorte de sus patas y con sus alas, que si bien no le permitían alzar el vuelo, podía planear con ellas y de esa manera saltar grandes distancias. También presumía el saltamontes de sus logros como saltarín, y la rana le aplaudía y le daba palmaditas en la espalda, porque la ranita de este cuento era extraordinaria y no comía saltamontes. En el fondo, el saltamontes, a pesar de saltar más que la rana, también la envidiaba, porque deseaba sumergirse en el agua para conocer lo que había allí abajo.

 El pez, harto ya de ver como la rana se divertía con sus saltos en los nenúfares, trató de imitarla y de un impulso se posó sobre uno de estos. La rana, al verlo tumbado y dando estériles coletazos y bocanadas de oxígeno, al borde de la asfixia, saltó sobre el nenúfar, que con el peso de ambos se hundió y así el pez pudo volver al agua y salvar su vida. A pesar de haberle salvado de una muerte agónica, no fué capaz el pez de agradecérselo a la ranita( a ella no es que le importase, pues siempre actuaba de corazón, sin esperar reconocimiento alguno) y desde ese momento la envidió con más intensidad si cabe, porque pensaba que a partir de entonces iría presumiendo de haberlo salvado. Hay que decir que la ranita no era presuntuosa de ningún modo.

Llego la época invernal, un invierno que trajo consigo una serie de fenómenos fatales para los protagonistas de esta historia. Por un lado, en una tormenta eléctrica, un rayo impactó con un árbol seco y provocó un incendio que arrasó el bosque y el pobre saltamontes quedó calcinado. La rana pudo salvarse sumergiéndose en la charca hasta que el fuego se apagó y los rescoldos expelieron su última voluta de humo. Por otra parte, una traicionera helada congeló la charca, no solo la superficie, si no que dejó el estanque hecho un enorme cubito de hielo, congelando también al pez. Esta vez la rana cabó un agujero en la tierra donde se pudo guarecer del frío y la nieve y de esta manera ponerse a resguardo durante una larga hibernación.

El invierno dio paso a la primavera y aunque estaba todo calcinado, bajo las cenizas asomaban nuevos brotes que se encargarían de regenerar la vegetación. En cuanto a la charca, se había descongelado, incluyendo al pez que flotaba inerte mientras era deborado por otros pececitos. La rana estuvo melancólica durante un breve periodo, pero con el tiempo volvió a trabar amistad con otros animalitos que iban llegando a las inmediaciones de la charca para substituir a los que habían fenecido bajo las inclemencias del invierno.

 

MORALEJA: Se podrían extraer, al menos, un par de moralejas de esta fábula. La primera dice que cuando trates de ayudar a alguien que rezume envidia, más vale que lo hagas de manera que parezca un accidente... La segunda es que la capacidad de adaptación a distintos medios, aunque no se dominen a la perfección, a la larga puede resultar más útil que la especialización en un solo ámbito.