La poesía es amor, 
puede también ser dolor, 
si los trazos son jirones,
arrancados a tirones,
del alma que torna herida 
del encuentro con la vida
que acaricia con puñales,
dejando leves señales,
o causa heridas atroces
de puñaladas feroces
de la mano del rencor,
los celos o el desamor.
Hasta los ojos más bellos 
te hieren con sus destellos 
y te ciegan con su luz, 
y si miras al trasluz 
los entresijos del alma,
cuando recobras la calma,
ves los surcos evidentes,
lo bello muerde sin dientes,
pero hiere y deja huellas.
Es propio de cosas bellas
que, después de conocerlas,
ansías volver a verlas.
Es así cuando mis ojos 
se tropiezan con sus ojos,
que deslumbran con su luz:
se va por el tragaluz 
de esta mi alma la cordura 
y yo anhelo con locura
volverla a ver otra vez,
La notoria estupidez
es que siento en su presencia 
la nostalgia por su ausencia;
paso los días colgado,
de su mirada alejado.
Ella es luz esplendorosa, 
tan divina y luminosa
que sueño con su visión.
En mis sueños, la atracción 
que en mi ejercen sus encantos,
como sirénicos cantos, 
pone a prueba mi virtud,
que consiste en la actitud
de ser tan sólo su amigo,
soñar es lo que consigo,
lo demás, vana quimera.
Luz divina, quien pudiera...!
© Xabier Abando, 27/10/2016