Teodocio Potes

PROTESTA DE UN LAPIZ

Cayó un lápiz de una mesa,

 mientras al suelo caía

en el aire esto escribía

presuroso y con presteza:

 

"Oigan todos elementos existentes

lo que les voy a contar

con mi propio razonar:

Yo, simple y modesto lápiz

denuncio con mi lenguaje

el vil y mayor ultraje

que en el mundo haya ocurrido. 

Fui testigo presencial

de algo nunca imaginado,

y mas aun, les digo yo,

fui vilmente utilizado.

Estando yo bien tranquilo

con el borrador parlando

sentí sobre mi

un frío sudor salado.

Era una temblorosa mano

que me alzaba titubeando.

Empezó a golpear conmigo

una libreta cerrada.

Luego me subió muy alto

hasta quedar bien cerquita

de un gran ojo algo chiflado.

Este con fiero ademan

ordenó a uno de los dedos

que le rascara su cuerpo.

 Así lo hacia el desgraciado

mientras me tenia atrapado;

La nariz que esto observaba

aprovechó la ocasión

para invitarlo a un rincón,

pero el listo de aquel dedo

luego de rascar un poco

de allí no quiso salir

sin antes sacar un moco.

A riesgo estuve yo mismo

de participar en el juego

que con esa masa hacían

los cinco dedos cochinos

mientras se retorcían.

Descanse al fin del suplicio

cuando el índice y el pulgar

despidieron cual balón

una esferita de goma.

Pero me seguían agarrando

aquellos dedos verdugos

golpeando la libreta

que ya estaba hojiabierta.

Se quedaron luego quietos

como esperando una orden

que alguien ya les traería.

Y así fue como ocurrió.

Llegó el mensaje esperado.

Me ordenaban a mi

que escribiera ese recado

violentando con mi punta

aquel virginal estado

de la doncella libreta.

Sentía gran malestar,

pero lo que mas me enojó

fue lo que se formó,

con las ordenes que dieron

quien sabe de donde infiernos,

pues de allí debían de venir

esas palabras torcidas

que cayeron esculpidas

en su inocente persona.

Sin entender que decían,

a ellas mismas pregunte

el sentido que pretendían,

confirmando la intención

de lo que me suponía.

Mi alma de lápiz bravía

de la piedra que sintió

ya cuando casi terminaba

aquella gran bofetada

a nuestra propia existencia,

se manifestó con protesta

renunciando a aquel trabajo.

Doblegue mi único brazo

del mas refinado carbón,

arriesgando, que me importaba,

unas cuantas puñaladas,

pero si quería constatar la mentira

que me obligaba a escribir

aquel cerebro espantoso

que moraba muy arriba,

y que esto había ordenado

que escribiera presuroso:

 

"Todo lo que escribo inspirado

y aun este lápiz asqueroso

valen un simple c....”

 

desde aquí yo seguí nulo.”