Yo de cada monte ajeno,
como la hoja suspendida,
mi sino un vuelo declina,
y escurren aire mis dedos.
Levitando alturas pierdo,
las manos de iluso intento,
orbes sin lluvias tengo,
allá en mis ojos desiertos.
Caigo, busco, y no encuentro,
lianas que asir al vacío,
que me rescaten del frío,
que aullando está bajo mi cuerpo.
Un eco embiste, y parece,
que al hondo abismo convida,
hurta la risa conocida,
y en dura mueca le tuerce.
Náufrago soy en la quietud,
isla que la noche alcanza,
donde ancha es la desesperanza,
y se olvidó la luz.
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