I
A ella, que dice ¡hijo!
 a la que dice ¡madre!
 a ella que regala en cada beso
 un cielo de fantasía
 la que más fiel es que la sombra
 la que hace danzar espigas
 en campos de fértil trigo
 la que cede sus neuronas
 cuando da un consejo
 la que enseña a florecer
 a las grietas del desierto
 la que está siempre
 como un faro entre las brumas
 la que espera pintando
 ilusiones en sus sueños
 a ella que no gime ni grita
 que canta y sonríe
 entre truenos y relámpagos
 la que entrega en la noche
 un corazón ardiente
 la que no ceja en ofrecerse
 cuando las dudas desconciertan
 para ella los jardines
 los cánticos de azucenas
 entre coros celestiales
 para ellas los colores de la vida
 y unas gotas de rocío
 esparcidos a su paso
 cuando van o cuando vienen
 en los cruceros de la vida…
II
La escarpada ladera
 abraza el ala rota 
 del ave que interrumpió su vuelo
 y de la sangrante herida
 que mutiló sus sueños
 una lasca tiñe de sangre
 la púa inhiesta que apunta al cielo
 cae el ave envuelta
 en una indigna burka
 y en el acantilado yace 
 la belleza ignota
 perdida en su muerte.
III
Ecos que las brisas traen
 son clamores que piden perdón
 por la traición rastrera
 el golpe artero
 la fractura de una ilusión,
 entre brumas abismales
 de arrepentimiento incierto
 un lamento se quiebra
 y se hace humo que lleva el viento
 los dolores quedan
 en las entrañas de la madre
 hecha por la violación
 ¡Perdón! ¡Perdón!
 por el niño que quedó sin padre
 por la madre que su padre fustigó
 y que echó a rodar por las calles
 arrastrando el fruto de la violación
 pidiendo un pan un techo
 una loción para lavar tal baldón…
Copyright © Rodolfo Dondero Rodo
 08.03.17