Alberto Escobar

Libertad de expresión

 

 

 

 

Mariano se precipitaba calle abajo perseguido
por la censura, perro de fauces anhelantes de
carnaza. Por más que doblara las calles, librarse
de su amenaza era asunto poco menos que imposible.
En un sorpresivo instante se sintió solo, se pensó
libre de la persecución y descansó en un recodo de
la acera. De repente, la censura saltó a su yugular cual
sentencia nefasta. Mariano cayó fulminado, la sangre
perfundía su cándida camisa hasta trocar su color.

Acaba de ser enterrado, igual que lo está siendo la
\"Democracia\".