Wilson Amado Gamboa

Caperucita y el Abuelo

Descalza y arriba de la cama del abuelo,

sentada, tranquila y con mirada de inocencia,

pregunta esperando las respuestas sin paciencia.

Dos tiernas sandalias se adormecen en el suelo.

 

¿Qué tienen tus piernas que se mueven lentamente?

¿Qué tienen tus manos que no aprietan ya con fuerza?

¿Qué tiene tu boca que se mueve y no conversa?

¿Qué tienen tus ojos que me miran fijamente?

 

-Son muchas preguntas, la mañana no nos basta-

Responde el abuelo con su pícara sonrisa

- Contesta tranquilo que no tengo mucha prisa

y mami llenó de panecillos mi canasta.-

 

Sonriente el abuelo se acomoda en sus cojines,

la niña le mira con sonrisa de ternura

y cruza sus brazos como seña de premura

y busca el abuelo en su memoria y sus confines.

 

- Mis piernas pasearon las distancias de la vida,

mis manos lograron trabajar y dar caricias,

mi baca cantaba y probó miles de delicias,

mis ojos han visto nacimiento y despedida-.

 

-Mis piernas danzaron, caminaron y corrieron,

mis manos pintaron, escribieron y sembraron,

mis labios rezaron, dieron gracias y alabaron,

mis ojos curiosos despertaron y durmieron-.

 

- Mis ojos ahora por las tardes se adormecen,

mi boca serena se decora con sonrisas,

llegado el otoño se han marchado tantas prisas

y adoro esa silla y los minutos que la mecen-.

 

Historias y sueños asistieron a la danza,

y -!Adios panecillos!- la canasta murmuró,

sonriendo el abuelo en sus cojines se durmió,

y abrígales luego un suave manto de esperanza.

 

La niña calzose sus sandalias silenciosa

y diole al abuelo un beso plácido en la frente.

De vuelta a los juegos que han llenado su presente

alegre disfruta su niñez maravillosa.