Héctor Martínez Sanz

A Enrique Bayano

Te faltan un escritorio y una biblioteca,

la cara pluma del color claro de la plata

con que el hombre ingenuo imagina al gran poeta

junto al tintero negro y el papel de seda blanca.

Tú no; tú sobre el cartón con las piernas cruzadas,

presintiendo el frío y la humedad de las aceras,

bic en la diestra, una librería a la espalda,

confundido entre mendigos que piden monedas.

Lo literario pasará página contigo,

—y conmigo, y otros— a la sombra de farolas,

bajo las esquirlas de la lluvia, los domingos,

los lunes y los martes... hasta puede que ahora;

Tú, regalando tu poesía sin abrigo,

por esa voluntad que pone precio a las cosas.

Pero te has hecho símbolo y seña en la Gran Vía,

como una estatua más, de piedra viva, que escribe,

cual barquero de la orilla, a la niña bonita,

a la que pasea, va al  teatro y los cines.

Allá abajo, sobre el suelo sentado y humilde,

viendo tacones, tibias, faldas, bajos, canillas,

medios cuerpos que van rozando la superficie,

sin verte, los ojos al frente o siempre hacia arriba;

Allá abajo, vives, desconocido y sin nombre,

eterno preso por las cadenas de tus versos,

entre las letras torcidas de rectos renglones,

sostenidas sobre el aire duro madrileño;

sólo, cuando no escribes, andas como los hombres,

aun siendo poeta la mayor parte del tiempo.