Santiago Miranda

La vida de los solitarios

 

Ya iniciado en las caminatas inconclusas
Por ver cuerpos desplazándose en la cercanía
A la mía, mortales astros que al otro dejan
Inaprensibles huellas; perfumes
Diciendo: mi carne no es más que otra
Sabrosa fruta, rellena de angustia y amor

Sí, amor en la mirada de caza furtiva
Que encuentro a cada instante en las venas
Abiertas de esta ciudad maligna
Y que por temor rehuyo, temor
De haber encontrado algún amor
Verdadero, sintiéndome del acto, presa

Y aunque los suspiros no falten; abundan como los días
De amores efímeros y de corta vida, tiendo
A buscar lo desconocido en lo reconocido del otro
Tiendo, a desconocer al otro porque sí
Y a desconocerme a mí ¿Por qué no?


He aprendido a amar el roce
De una mano ajena traspasando
Objetos cotidianos, y la palabra azarosa
De un monosílabos contestado en algún paradero
Al que va perdido y aunque todos vamos así
Perdidos, más no derrotados, no todos queremos
Encontrarnos allí fuera

Y suelo dar los asientos más por costumbre que otra
Cosa, las mujeres suben primero al bus -siempre-
Tácita regla, ellas solas hacen valer sus derechos
Y a ratos una que otra mirada es violenta
De alguno que como yo no quiere nada del otro
Pero disfruta ya incluso un empujón o un insulto