Conversamos durante la madrugada
de un sábado senil.
Me hablás de tu piel curtida
por una infancia sombría,
de lo traumático que fue
el divorcio de tus padres
y el embarazo adolescente de tu hermana.
De las noches sin dormir
y los días sin comer.
Tu mandíbula está tan tensa
como las cuerdas de una guitarra.
Pestañeás tres veces porque tenés sueño,
pero te empeñás en seguir
llamando mi atención.
Me deslumbra la violencia de tu mirada,
tan pesada como mis manos
que descansan sobre tus muslos.
Sin embargo, no te beso.