Ron Alphonso

Una bella historia - Cuento

Una bella historia

En un País muy lejano, más allá de los rectilíneos límites del horizonte, vivía una niña; Era muy linda, tenia un hermoso par de ojos, que brillaban al compás de sus palabras, que brotaban a borbotones por entre dos hermosos y rosados labios, que enmarcaban una dentadura casi perfecta. Lo sabia todo, lo intuía todo, lo describía todo, con sus versos tiernos, románticos y muchas veces casi pasionales. Su cuerpo virginal, no daba crédito a sus 23 primaveras, era tan niña, tan frágil que solo invitaba a resguardarla dentro de los pétalos de la más bella flor, para que ni el sol la lastimara por querer iluminarla aún más.

Cierto soleado dia, de verano, la niña estaba a la orilla del lago que bañaba los fértiles terrenos a unas pocas millas de su casa. Ah olvidaba decir que los padres de la linda pequeña, eran el Marqués Eduard del Pinar y la hermosa Madam Blanca del Zabal, hermosísima mujer que producía envidia por su belleza, a todas las mujeres de la comarca; sin embargo había tenido el juicio suficiente para heredar parte de esa belleza a su niña, único retoño de su sin igual unión con el Marqués.

Bueno, la niña estaba arrojando pequeñas piedritas al lago y sus pensamientos volaban, añoraba algún dia tener a su lado un bello príncipe, como los de los cuentos que su Abuela le había leído, en las largas noches de invierno, cuando era más niña. Las ondas que formaban los jigarros lanzados, fueron trayendo un sopor que invadió todo el cuerpo de la niña, de repente se sintió levantada por los aires y al voltear la cabecita frágil, vió esa cara, la más bella y varonil cara que jamas hubiera visto. Sin embargo no sintió miedo, se sintió protegida y recostó su cabecita en el regazo del joven.

Soy Rolf Príncipe de Lobria , una lejana comarca al otro lado del bosque, le dijo, en donde vives, ven te llevo en mi caballo, esta oscureciendo y pronto será de noche. El príncipe subió a la niña en la parte delantera de su corcel y el se acomodó en la parte posterior, con el galopar del caballo, el príncipe apretó contra su pecho a la niña, quien no dejaba de mirar esos ojos negros, tras los que adivinaba a un hombre capaz de hacerla feliz y acompañarla en su casí buscada soledad. A poco llegaron y entonces el príncipe se apeó ágil y estiró los brazos para alcanzar la cintura de la niña, cuando ya la iba a colocar en el suelo, sus bocas se rozaron y la niña creyó morir al sentir el calor de aquellos labios y el palpitar de su corazón casí lograba verse a través de su vestido de tul.

- Como te llamas preciosa, preguntó el príncipe.

- Lotty, tímidamente contestó la niña.

Pues ahora serás la Princesita enamorada, le dijo el príncipe y antes que la niña, lograra articular palabra le selló los labios con un tímido pero cálido beso. 
Subió a su caballo y partió al galope por el valle que separaba el lago del bosque, en el que se perdió finalmente, mientras la princesita trataba de al menos respirar.

Fueron muchas las veces que la princesita enamorada, volvió al lago y solo cuando empezaba a arrojar piedrecillas a la cristalina agua, aparecía el príncipe, que siempre tan gallardo la llevaba hasta su casa y  repetía el beso tímido, pero cálido de la despedida.

Cada vez que la princesita quería decirle algo al príncipe, este repetía el gesto de colocar su dedo indice sobre sus labios y luego llevarlo a los labios de la princesa.

Fué uno de esos días, cuando la princesita, que había amanecido muy contenta, se vistió más linda que de costumbre, arreglo muy bien su cabello y corrió hacia el lago. Antes que se borraran las ondas producidas por la primera piedrecilla, sintió su perfume, se volteó y allí estaba el príncipe, su príncipe de los sueños, que la invitaba a subir a su caballo, pero esta vez, cabalgaron raudos por el valle, el príncipe solícito, apretaba contra su fuerte pecho a la princesita y ella, ella creía morir. Pronto alcanzaron el bosque y todas las avecillas trinaron la más hermosa melodía de amor para la princesa. 
Se apearon del caballo y de verdad que esta vez, solo un último aliento de vida, sostuvo en pié a la princesa, cuando el príncipe rodeo su cintura con sus manos y suave, muy suavemente la acercó contra el dándole ya no el tímido beso habitual, sino el más hermoso y pasional ósculo de amor, al que la princesita correspondió casí exánime. 
Quiso decir, quiso gritar: Te amo... pero el dedo indice del príncipe, esta vez toco sus labios, su corazón... y reposó en los labios de la princesa, impidiéndole mediar palabra.

Al volver a casa, la princesa no cabía del gozo, estaba verdaderamente feliz, cantaba, brincaba, silbaba casí que trinaba como aquellas avecillas del bosque, tanta era su dicha, 
que el Marqués y Madam se extrañaron mucho y pensaron que hubiese comido algún fruto silvestre que le hubiera alterado su comportamiento, siempre tan calmado, la princesa los tranquilizó diciéndoles una pequeña mentira, de esas que todos los enamorados dicen, casi que como parte de un código secreto que todos conocen.

Sin embargo pareciera que la felicidad no esta dada para los mortales. Algún día, que ojalá nunca hubiese amanecido, la princesita estaba en su lugar de costumbre y pensando, hoy le diré a mi amado... que lo amo, que mi corazón le pertenece y que me lleve consigo a su reino para ser su princesa por siempre.
Mala decisión mi niña, todos los enamorados quieren tener más y obtienen menos, el amor es como un ave a la que no se le debe ahogar, sino consentir y dejar volar para tenerla siempre.

Cuando ella sintió el aroma a su príncipe, se volteó rápidamente y grito con todas las fuerzas de su alma, una y otra vez: Te amo, mi corazón es tuyo, no me hagas esperar, tómame y llévame a tu castillo para amarte toda la vida.

El cielo se oscureció de pronto y una llovizna suave primero y fuerte después, empezó a mojar a los amantes, que se habían quedado como paralizados en su sitio. De repente una brillante luz, acompañada de un fuerte trueno, iluminó la cara del príncipe y... horror de horrores, la cara juvenil, los ojos profundos, su cuerpo varonil, no estaban ya allí. Solo era una figura enjuta, una piel ajada por el paso de muchos años, unos ojos apagados que ya 
no decían nada, se dirigió lentamente hacia el lago y se fué internando en el, la princesa creyó ver dos inmensas lágrimas rodar por esas mejillas, llenas de surcos. 
Cuando ya solo quedaba por fuera del agua, la cabeza del ahora moribundo príncipe, se escucho una voz grave, pero firme: Yo también te amo, princesa... Y desapareció bajo las aguas. 
La princesa creyó morir, porque no había podido entender el gesto amoroso de su príncipe cuando le impedía modular palabra con el movimiento de su dedo indice? Estaría destinada a la soledad? 
No tenia derecho a expresar sus sentimientos? 
Pero ya para que pensar, si total... su príncipe ya no estaba... ni estaría ya jamas. Se maldijo a si misma y entonces... otra luz más fuerte, seguida de un trueno, iluminó a la princesita, que se fué volviendo pequeñita, pequeñita, hasta convertirse en una ranita que llevaba en su piel el verde de la esperanza, satinado de puntitos rojos de pasión...

Dicen que aún hoy en día, después de muchos siglos, se oye en las noches de luna, a la ranita croar a la orilla del lago y cuando sopla la brisa cálida, los arboles del bosque parecen decir: Te amo, entonces la ranita salta al agua y allí se pierde hasta la otra luna, en que se vuelve a escuchar su amorosísimo croar.

Ron Alphonso

9 Oct 2006