Julio Antonio B. De los Santos Peregrino

El hombre elefante

Reconozco que no soy perfecto.

Poseo graves heridas en mi cuerpo

y varias rocas enterradas bajo la piel.

He cargado con el odio de la gente

combinado a la más grande soledad.

Muchas veces contemplo el horizonte

delirando con la chocante imagen

de lo que podría ser otro yo:

silente, luminoso como los astros

y dueño del esplendor de cada bosque.

Acompañado por seres como él

atravesando un mundo ancho

tan puro como su escultura.

 

Sobre mí caen los tormentos

de aquellos que viven apartándome

y mofándose de mi nacimiento.

He presenciado al frío volverse calor,

la calvicie de los árboles en otoño,

el sonreír del cielo azulado,

incluso reventar los campos de colores

en los tiempos de prosperidad

para encontrarme otra vez solo,

extranjero en medio de los hombres.

 

Pero también reconozco

que no todo en vida ha sido malo.

De las obscuras minas nocturnas

logro extraer preciosos minerales.

Aprendí a ver distinto a la humanidad

más allá de su arraigada malicia,

valorando su derecho a la existencia

como ella no lo ha hecho conmigo.

Conozco a personas de bondad

que me otorgan calidez en su tacto

y cultivos de perseverancia en su actuar.

Me han enseñado que no soy un maldecido

porque así es como me creó dios.

 

Y sobre todo, con ellas he aprendido

a no escuchar a quienes me llaman monstruo

porque sé que algún día notarán

que bajo estas tupidas montañas

rugen con mayor fuerza mil trópicos en verano.