Ma. Gloria Carreón Zapata.

ENCONTRÁNDOME A MI MISMA

 

El verdor del inmenso bosque me hacía sentir una extraña y especial sensación era como si me convidara a adentrarme en él. Envuelta en su encantamiento dispuesta estaba a gozar de todo lo que me brindaba.
El melodioso canto de las aves en medio del gran silencio, las hojas que al caer viraban negándose a desprenderse de la planta arbórea se asemejaban a diminutas naves donde en cada una de ellas viajaban extraordinarias y microscópicas criaturas. Los milenarios arboles me daban la bienvenida moviendo sus ramas al vaivén del viento.

Entre el espesor del abundante follaje vi desplazarse con agilidad a extraños seres como de unos veinte centímetros de estatura aproximadamente, ataviados de ropa vistosa, de ojos pequeños y hundidos que me miraban con ternura, sus orejas y sombreros puntiagudos. Incrédula observé cómo se dispersaban por todos lados acorralándome y pretendiendo asustarme. En segundos algunos de ellos se transformaban ante mi presencia en bellas y coloridas aves para después revolotear sobre mí.

Me quedé inmóvil temiendo pisar a los que quedaron a unos pasos de mí. Avisté un tronco de árbol caído y de puntillas me dirigí hacia él, desde ahí seguí contemplándolos. Advertí que me observaban con curiosidad, era para ellos un bicho raro invadiendo su hábitat, sin duda.

No sentí miedo al contrario me consideré parte de ellos sólo que con mayor estatura y diferentes facciones, de pronto empezaron a lanzar ramas pequeñas sobre mi cabeza.

--Quieren jugar--, musité para mí misma, estaban entrando en confianza.

Logré escuchar sus risillas maliciosas y traviesas que a la vez se confundían con el soplido del viento. Me paré y comencé a andar, pude percatarme que me seguían. Otros se colgaban por los ramales de los árboles que sé unían unos con otros. Una sensación de paz me invadió, desee quedarme para siempre en ese mágico lugar. Al detenerme frente a un exorbitante árbol vi un hueco grande simulando una puerta.

--Seguramente es donde viven--, me dije.

Me arrodillé para luego acostarme sobre el verde césped que lo cercaba y de lado pude introducir la mitad de mi cuerpo en el agujero, ya dentro me fue posible mirar hacia el interior y lo que vi me dejó pasmada. Adentro había pequeños seres con alas de esplendorosos colores que iluminaban la oscura cavidad y al darse cuenta de mi presencia elevaron el vuelo hacia lo alto del tronco.

Saqué mi entrometido cuerpo del hoyo y comencé a correr alrededor del árbol seguida por ellas quienes se posaban en mi cabeza y por todos lados de mi torso. En tanto los demás hombrecillos sin dejar de reír sé asomaban por todos lados para después unirse a la diversión. 
Ignoro cuanto tiempo pasó, duendes, hadas , Naturaleza y viento formábamos el más bello complemento.

Ahí descubrí que al convivir con ésos fantásticos entes había recuperado la niña que llevo dentro.

Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
Imagen tomada de Google.