Norberto Osvaldo Algarin

El azor de Gengis Khan

A Leonardo M. Algarin


En Tartaria, o en Manchuria o en la China,
por llanos inmensos do febo culmina,
pasea de caza el gran Gengis Khan.
El verde total de la vasta llanura,
aquel patio inmenso do el viento murmura,
se turba y se inquieta; !las aves se van!

El tártaro pasa sembrándole abrojos
y miedo a los niños -feroces sus ojos-
que atinan a huir y los campos correr.
Lo mismo remedan los buenos pastores,
las nobles matronas, patriarcas señores
que corren y corren a más no poder.

Y va el soberano de infame mirada.
Su rudo corcel y el resol de su espada
alarman al grillo y al buen ruiseñor.
Y va Gengis Khan, el audaz soberano,
que azora a las gentes blandiendo su mano,
pues trae en su puño a su impávido azor.

Cual címbalos suenan los cascos sonoros
de aquél ígneo equino de pieles de oros
que, torvo, amenaza con su trepidar.
Y el ave, cual roca, inmutable se muestra
(su aspecto voraz y su mira siniestra
espantan a un niño que corre al azar).

Carmín su color, de límpido plumaje,
el ave rapaz, el campeón del coraje,
atisba orgulloso cual sol de marfil.
Acecha las hierbas y flores del monte;
consume su vista sin fin ni horizonte
los regios topacios del gran sol de abril.

El soplo del aura flamea tranquilo;
y el ave de Khan, cual fugaz refucilo,
realza su vuelo de aplomo triunfal.
Despliega sus alas de rojo sangriento,
y el cuerpo intangible de aquél suave viento
recibe del pico su raudo puñal.

El ave imperial de las alas sedeñas
del cielo divisa a las gentes pequeñas
rehuyendo a sus alas de rojo punzó.
Los nimios gorriones se van a sus nidos,
en donde las hierbas de toscos floridos
que el soplo del aura a elevar ayudó.

Le abren su paso los cirros del cielo,
y al paso ceráuneo de aquél áureo vuelo
pacíficas aves se van en tropel.
Se van con remilgo a algún cielo distante
en busca de azules de tono diamante,
con vientos tranquilos y aroma a laurel.

Percibe él los piares que antaño jocundos,
de arbustos y flores aromas profundos
y el fin de las olas que vienen del mar
(de enclenque su paso y su boca sonora).
El ave de Gengis que todo lo azora
contempla la tarde en su regio volar.

Por entre las nubes que fueran cual tules,
el rey de los cielos de arcanos azules
asoma sus rayos -!sonríe el gran sol!-.
Divagan las aves en dulce armonía
rehuyendo al azor y la triste agonía
de ser conquistados por hosco mogol.

Detiene su vuelo y orondo se posa
encima de un árbol con hojas de rosa,
matices de verde y retazos de azur.
Y el aura que gime a sovoz tiernamente
deshoja las débiles hierbas de Oriente
con céfiros suaves que vienen del Sur.

Y nadie se atreve a arrojar su saeta...,
ni quieren tampoco accionar vana treta,
pues témenle al ave de cruel tempestad.
Las trémulas manos sin nada vencidas
no ven que en sus puños están encendidas
la agregia Justicia y la gran Libertad.