Adrian VeMo

Puente reversible

 

“Jeune homme nu assis..” - Hippolyte Flandrin

 

In memoriam

 

Esta vez entierro las manos y la lengua,

voy a soñar en paz.

Por mi cabeza se levanta

un tropel ardiente de ayeres y por mis piernas

desciende

el frío añil de la memoria,

un crepúsculo ceniciento que muerde

hasta reducir

párvulos

mis huesos.

 

Hoy, una vez más,

han bajado hasta mis pestañas

han bajado como la lluvia limeña, sin lastimar,

me han dejado ese eco húmedo,

latente,

añejo;

miro aquello que yo era.

 

Justina:

Estoy mirando a ella

la imagino fregando pisos enfermos de hospitales

curándolos con agua y sudor.

En sus oídos recoge

estrepitosos llantos y negras despedidas

alborotadas en callejones y pabellones.

Yo tiemblo ante los desmayos,

no me gusta el olor a fármaco en los zapatos,

y me ahogan las camillas feroces

donde a un enfermo se les secan las venas.

Pero ella no le hace ascos a la muerte,

ni a los muros fúnebres

donde rebota la esperanza en un delgado espiral,

ni a crípticos estertores

sumisos a desgarrarse de las frágiles sábanas.

Porque ella conoce el gesto de los enfermos ante la cuchara

y sabe de esa sed arisca

cuando ellos miran atrás y los años les pesan menos.

Yo sigo mirando a ella,

está sentada oliendo el orégano

escuchando atenta el vapor de la sopa,

pasa de inmediato a desnudar una cebolla

y llora ante su vergüenza la cebolla,

ella perfuma los dedos en la pulpa de los tomates

y tiene el afilado valor de los cuchillos

cuando trabaja en contra del hambre,

pero ella es dulce y más

en el momento que los tubérculos

dejan sus médulas impreganadas en su cuerpo.

Parece una diosa del subsuelo,

de la olla,

diosa de la hierba del jardín

y de los mediodías criollos.

Apacigua el fuego de los dentados estómagos.

Ahora me pregunto:

por cuáles ríos dejaba caer sus pies

y de esa caricia fluvial en su rostro,

cuándo dejó que la tierra no entrará más en sus uñas

pero aún así

en sus manos vibraba la fecunda lengua de la tierra.

Ella descansa lejos de su infancia

y no supe qué sabor tenía, ni qué color,

ni sé cuántos soles inventó para callar miedos.

Ella descansa y yo la veo

a veces junto al alféizar apuñalada por los segundos,

a veces escuchando el rosario por la radio

y otras, dándome una manzana.

 

Juan:

La última vez que lo vi

se le caían los años y la corbata,

asumía ir al glorioso ocaso

con la tranquilidad de un pecador en jueves santo.

Había perdido el aliento a Oporto

ese armonioso sabor a leño, líquido de hojas otoñales,

dejó de humedecerle el esófago

¿Cuándo empezó, él, a tener voz de trueno?

como si el descaro de las nubes acentuara en su garganta.

Pero no recuerdo cuando fue

que su mirada se grabó en el cemento fresco de mi frente.

Lo vi tantas veces.

Puntual a la hora de callar las bocas de los recibos,

aliviado en las filas de los jubilados,

gozoso en apuestas ecuestres,

lo vi en quioscos buscando

el carbón azulejo de los periódicos,

en farmacias,

en iglesias,

en jardines,

lo vi meciendo sus ojos en el vital vaivén

de las ramas.

Yo admiraba hasta la cordura de sus cabellos,

selva plateada y de nieve

donde se escondía un tigre añoso.

Recuerdo las hojas

de May Alcott, de Verne, de Palma,

no puedo arrancarme del pecho esa tinta impresa

de los libros

que una vez di la espalda

y cuando las busqué

dormían en una biblioteca,

quietas

a despertar la curiosidad de otros.

Hizo de un escritorio

su pueblo:

vi bolígrafos fieles apuntando la gracia

hacia papeles vírgenes,

vi cuadernos husmeando el aceite de sus dedos

y los cajones cosidos por una llave.

Amó los libros, los periódicos,

amó las luciérnagas ágiles en las hojas

cuando dejaban montículos de luz en la cabeza.

Adoraba la anatomía pesada

de las máquinas de escribir y su ruidosa respiración.

¿Cuántos años fue conductor de tranvía

y soportó faces condenadas al ajetreo úrbano?

Qué soles,

qué lluvias ha conocido y no flaqueo en sus fauces.

Antes que se apresure la imagen de la última vez

lo veo regalándome unas monedas.

 

Tengo ahora las manos llenas de ayer,

y por mi espalda

crece un puente reversible.