Apyarathos

Contrato sin firmar.

Acordaron sin hablar,
porque verdaderamente
la voz se les había escapado
de la garganta,
que no volverían a buscarse,
que no mirarían nuevamente
sus ojos a lo lejos,
que no tratarían,
como en otras oportunidades,
llamar las caricias del otro
en mitad de una noche
de miércoles o sábado.

Accedieron de asombrosa buena gana,
quizás por la esperanza ciega
de una alternativa más real
-menos dolorosa, correcta-,
olvidar dos pares de manos unidas
en medio de la oscuridad.
Sostuvieron que intentarían
lo mejor que pudieran
confundir en los labios extraños
un sabor reconocible
como las mañanas luego
de las lluvias ambivalentes;
esas en las que los relámpagos
a él le iluminaban la mirada
y a ella le paraban el corazón.

Persuadirían entre camas ajenas
a sus almas
llenas del desconcierto tan certero
de que el Cielo no es azul
si así no lo pintan ellos,
lo mismo que sus corazones
no han sido realmente divididos,
no están fraccionados,
no se saben unidos,
no se quieren juntos,
no necesitan más que
entender cada existencia
como una parecida a la otra.