Porfirio Tárrega

Escucharte y mirarte

Dulce y amargo es escucharte y mirarte. Combinación increíble, ilícito gozo, brillante amanecer. Es miedo a perderme en el tiempo y que mi mente se quede ciclando ese momento indefinidamente.

 

Necesito mantener la mirada alejada pero no quiero. Se que debo distraer la vista pero me duele. Quiero mantener la mirada mientras te escucho pero lo disfruto demasiado para ser correcto.

 

Tus ojos son hermosos, pero tu mirada... por Dios, tu mirada me hace ser alguien que no quiero ser. Me lleva al cielo al hacerme sentir que valgo más de lo que soy en realidad, sencillamente por tener tu atención. Pero me lleva al infierno cuando me vuelve el más egoista. Y es que tu mirada podría provocar guerras, mas de uno con la avaricia y poder suficientes intentarían robarla para si mismos si te conocieran,  ¡yo lo haría!. Ese, justamente ese, es el sentimiento tal vil que provoca, y obviamente soy culpable por el simple hecho de haber pensado en lo que escribo, pero debo aclarar que nunca, de ninguna manera, has dado motivo alguno, ni la he considerado mía, ni siquiera en los más osados pensamientos.

 

Y después de esta batalla, cuando al fin logro alejarme de tus ojos, termino irremediablemente observando tu boca, admirando como a través de esos labios perfectos una de las voces más femeninas, tiene oportunidad de expresarse. Labios que son difíciles de borrar de la mente, porque es demasiado fácil perderse en ellos sin necesidad de tocarlos de forma alguna. Sólo basta observarlos un poco más de lo debido, para crear complicadas e impetuosas utopías en reinos que jamás existirán.

 

Alejo mis ojos de nuevo y regreso la vista decidido a no mirar tu rostro, pero quedo atrapado en una confusa espesura, encerrado en un universo de líneas que danzan armoniosamente en torno a tu cabeza. Multifasetico conjunto de figuras esbeltas y de asombroso estilismo que te adornan como la corona a una reina. Soberbias líneas que a veces tienen la osadía de acariciar tu rostro e imponerse a él.

 

Absorto quedó al ver que es imposible estar frente a ti y evitar accidentalmente encontrar algo que embelesar.

 

Espero que nunca lo hayas notado y de lo contrario, que nunca lo hayas tomado a mal, pero esa es la razón por la que constantemente prefiero alejar la mirada a un punto en el aire y ver todo y absolutamente nada, mientras tus palabras siguen armandose en mi mente.

 

El ocaso ha llegado, la conversación está por terminar. Es tormento y alivio, porque inevitablemente desearé seguir escuchandote, pero al acabar, el dolor de no poder mirarte en realidad, se habrá ido; el único consuelo que perdurará será el maravilloso regalo de tus palabras; y tu voz, habrá de volverse el suave velo en el anochecer de tus ideas.